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El magnánimo fundador yace enterrado en medio de esta capilla, en una sencilla urna de mármol, en cuyo tablero superior se ve solamente la banda de Castilla atravesada, entre dos dragantes: armas que tomó su padre D. Martin Alonso de Córdoba venciendo al rey de Granada en el memorable sitio de Castro el Rio, en 1333.

Polus, actor griego, cuéntase que, representando Electra, de Sófocles, sacó a escena la urna con las cenizas de su propio hijo, porque el sentimiento de su dolor fuese sincero y comunicativo. De seguro don Guillén, al representar aquella tarde el drama del Calvario, había conducido en la urna recóndita del corazón las cenizas de su propia vida; cenizas ardientes aún.

Sobre la urna echaron tierra, hasta que fue como un monte. Y Aquiles amarraba cada mañana por los pies a su carro a Héctor, y le daba vuelta al monte tres veces. Pero a Héctor no se le lastimaba el cuerpo, ni se le acababa la hermosura, porque desde el Olimpo cuidaban de él Venus y Apolo.

Y entonces gastaré un millón, dos millones, seis millones, en construir un asilo benéfico. ¿Para qué dijo Guillermina? ¡Ah!, para locos; , es lo que hace más falta... y me llamarán la Providencia de los desgraciados, y pasmaré al mundo con mi devoción... Tendremos uno, dos, muchos hijos, y seré el más feliz de los hombres... Le compraré al Cristo aquel tan lleno de cardenales una urna de plata... y...».

Los héroes con su sangre Sellaron la victoria, Cayendo con su gloria Bajo el sagrado altar, Y el pueblo agradecido Sus nombres rememora, Que el sol de Mayo dora En la urna tumular. Libertad, sube á tu trono De la gloria en el broquel, Agitando nobles palmas, Coronada de laurel.

En la chimenea, en vez de no haber más que rescoldo y cenizas, ardía bastante leña que levantaba llamas, en cuyo centro, sobre unas trébedes se veía una retorta de cobre donde empezaba a hervir un líquido. El tubo encorvado, con que terminaba la cobertera de aquel pequeño alambique, iba a parar a una urna de vidrio suspendida en la pared y llena de agua clara.

Torres Campos, obstruyó con su persona uno de los pasillos del local para que sus contrarios no pudiesen ir a depositar el voto en la urna. Yo nunca he creído semejante especie.

Los diez marineros y el segundo de la Urna de San José se miraron palideciendo; no obstante, gritaron con voz un poco temblorosa, es verdad: ¡Viva el rey! ¡Adelante la Urna de San José y el valiente Santiago!

Esta es la ondulante Berenice cuya rica cabellera al arrastrarse por las ondas constituye otra onda; aquélla la pequeña Oritia, esposa de Eolo, que, al soplo de su compañero, pasea su urna blanca y pura, incierta, apenas afirmada por el delicado enredo de sus cabellos, que con frecuencia enlaza por debajo; más allá, Dionea, la llorona, parece una copa de alabastro que deja desbordar, en hilos cristalinos, espléndidas lágrimas.

Quien mirase el Casino por su fachada sur, podía ver desde luego el numen que allí recibía culto y sacrificios: la Ninfa de las aguas, inclinando la urna con graciosa actitud, mientras salen a sus pies de entre un cañaveral dos amorcillos, y uno de ellos, alzando una valva, recoge la sacra linfa que de la urna copiosamente fluye.