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«Mi querido Álvaro: Acabo de saber que Joaquina dio a luz hace seis días un niño, el cual se ha inscrito en la parroquia y en el registro civil con tu apellido. He procurado informarme, y me han dicho que era perfectamente legítimo, puesto que tu esposa ha estado en Peñascosa hace unos meses y ha dormido en tu misma casa. Te escribo apresuradamente para preguntarte si es cierto.

Como necesitaba seguir trabajando, me sentí atraído por la soledad bravía del Cap-Ferrat, península que avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante unos meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como en un convento abandonado. Muchos días fuí su único huésped, llevando una vida de familia con su director y sus escasos domésticos.

Como iban siendo breves las tardes, apenas dieron en el huerto unos paseos ya cayó la luz, y el paisaje se hizo impreciso y todo se enmudeció en la vega, a no ser la fresca voz del río elevada en gregario constante como un inmenso arrullo encalmado. Los dos jóvenes entraron entonces en la salita baja y se acercaron a la reja que daba al jardín sobre el vano de la ventana.

Yo puedo enseñarle, gentleman, como unos cincuenta mil libros escritos para glorificar á Eulame y narrar sus hazañas. Sin embargo, su herencia no pudo resultar más fatal. Este fabricante de guerras hizo lo necesario antes de desaparecer para que nuestro mundo se viese condenado eternamente á la guerra.

Mientras unos la mantenían verticalmente, otros se frotaban las manos y escupían en ellas, preparándose para el gran esfuerzo común. Cuando todos estuvieron listos, la mujer levantó un brazo para dar la señal, y los seis elevaron al mismo tiempo el gran hierro de punta aguda.

Unos ratos esta idea hacía presa en su pensamiento, otros momentos se esperanzaba con la posibilidad de reconquistarle. Era forzoso seguir en el teatro. Estaba una noche sentada en su cuarto, después de concluida la última obra en que cantaba, cuando entró a saludarla uno de sus más entusiastas galanteadores, hijo de una rica familia comercial de Santurroriaga.

Se llenan unos moldecitos de papel, se meten en el horno, y al sacarlos se espolvorean de azúcar.

Bajaron los mozos sin tropiezo su carga; Pepe y Millán tendieron en la camilla a don José, y unos delante, otros detrás, echaron a andar hacia la calle de Toledo. La puntillera, al ver alejarse el triste grupo, comenzó a desahogar su indignación con grandes voces, y la gente de los portales vecinos formó corro en derredor suyo.

Un lunar con pelo en la parte inferior de la cara daba a nuestra recién llegada un aire picaresco de coqueta retirada. Acompañábanla dos muchachas de aspecto poco distinguido, pero llenas de arrumacos y perendengues, con unos cuerpos bien trazados, y unos bustos en los cuales la Naturaleza o el arte habían abusado con cierta insolencia de una inclinación marcada a la exuberancia.

Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al coronel, vestido de negro. Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles, tenían el deber de acompañar al héroe en su último viaje sobre la tierra. A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con una concisión dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes habían seguido al féretro.