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La cantante levantó la frente, miró á Jacobo á los ojos y con una sonrisa que recordaba á la tierna, fiel y enamorada Lea de otros tiempos, contestó: ¡No! No he obedecido, Jacobo, no porque se trataba de mi vida, sino porque quería salvar la tuya... ¿Entonces?... Lea bajó la voz y dijo con aire aterrado: Se trataba de él ó de , Jacobo; era preciso elegir y he elegido. ¡Ya no hará daño á nadie!

No, ¡no!... viviremos juntos porque eres mi marido y Dios manda que sea así, pero ya no te quiero: no puedo quererte... ¡El mal que me has hecho!... ¡Tanto que te amaba yo!... Por más que busques en tus viajes y tus malas aventuras, no encontrarás una mujer que te quiera como te ha querido la tuya.

¡Oh, gracias; gracias! ¡No es que pudiera dudar de una simple promesa tuya, pero así estoy más tranquilo. Toma el sobre. Guárdalo. Yo guardé el sobre en el bolsillo interior de la americana. ¿Quiere usted algo más? le pregunté. No, nada más. ¿Cómo te llamas, sobrino? Santiago. ¡Ah! Shanti. Así se llamaba también mi padre. Haz el favor de decir a mi hija que venga.

-Dios lo haga -respondió don Quijote-, y los cielos te den gracia para que caigas en la cuenta y en la obligación que te corre de ayudar a mi señora, que lo es tuya, pues eres mío.

La mayor parte de ellos están obligados también á la fábrica, pero creo que si les presento una carta tuya amenazándoles con el desahucio no tendrán más remedio que hacer lo que se les mande. Cuento que no me faltarás en esta ocasión, pues ya sabes el interés que tengo en el asunto.

11 Tuya es, oh SE

, lo quiero... Pero ahora estoy muy nerviosa... Deseo quedarme sola... Mañana será otro día, y te prometo ser tuya... Ahí tienes mi mano... Vete a dormir, Álvaro... Hasta mañana. Montesinos buscó en la oscuridad aquella pequeña y hermosa mano, que tan bien conocía, y la apretó contra sus labios perdidamente, la devoró a besos. Joaquina la abandonó en su poder, esperando que al cabo se marcharía.

Me ha dado la vida y el alma, porque yo no sabía lo que era vivir, lo que era tener alma, lo que era amar, hasta que le he visto, hasta que le he oído. ¡Y con esa vehemencia tuya le habrás hecho tu amante! dijo el bufón. No... no... y mil veces no; para él no soy una mujer perdida.

Te das con noble entusiasmo. Creo que, de conocernos en la primera juventud, no me habrías abandonado para ser rico casándote con otra... Me resistí á ser tuya porque te amaba y no quería hacerte daño... Después, el mandato de mis superiores y mi pasión me hicieron olvidar estos escrúpulos... Me entregué; fuí la «mujer fatal» de siempre: te traje desgracia... ¡Ulises! ¡amor mío!... Olvidemos: de nada sirve recordar el pasado.

Ni él es mi amigo ni yo le debo favores, pero tiene un corazón animoso y sangre de pura raza y vale mucho más que la partida de gansos que tiene á sus órdenes. ¿No es así, Rogerito? Los monjes de Belmonte son unos santos.... Santos calabacines, que sólo entienden de darse buena vida y llenar el buche. ¿Crees que estos brazos míos y esa cabeza tuya nos fueron dados para llevar semejante vida?