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Es montero mayor de Su Alteza y trovador como hay pocos, pero no iguala al señor de Chandos, que canta unas trovas alegres con más gracia que nadie. Tres águilas de oro en campo azul; ese es uno de los Lutreles, dos hermanos á cual más esforzado.

Sólo ella estaba allí como en un destierro. «Pero ¡ay! era una desterrada que no tenía patria a donde volver, ni por la cual suspirar. Había vivido en Granada, en Zaragoza, en Granada otra vez, y en Valladolid; don Víctor siempre con ella; ¿qué había dejado ni a orillas del Ebro, el río del Trovador, ni a orillas del Genil y el Darro? Nada; a lo más, algún conato de aventura ridícula.

No; ella le quería, y aunque le diese algún disgusto, consideraba a Rafael, a pesar de su sotana mugrienta y su cara de granuja, como un rendido trovador de los que en aquella época de romanticismo hacían el gasto en todos los extravíos de imaginación femenil.

Quintanar dejó caer al suelo un impermeable, como Manrique arroja la capa en el primer acto del Trovador; y en cuanto tal hizo, saltó a los brazos de su mujer, llenándole de besos la frente, sin acordarse de que había testigos.

Pues bien: muchas noches me hace tocar la pira del «Trovador» y se pone a dar unos gritos formidables. Pero en lugar de cantar «madre infelice, etc.», hace esta reforma: «No debo nada, Ya soy feliz Con Rosalía...» Y al decir Rosalía da un do de pecho estupendo que deja tamañito a Tamagno. Cuando el viento es favorable le oyen los de Zubiaurre desde su estancia, que queda a tres leguas.

Pero no, no impunemente gozarás de tu traición; yo partiré el corazón de ese rival insolente. ¡Tus lágrimas! ¿Yo creer pudiera, Leonor, en ellas cuando con tiernas palabras a otro halagabas ayer? ¡No te vi yo mismo, di! LEONOR. , pero juzgué engañada que eras , con voz pausada cantar una trova . Era tu voz, tu laúd; era el canto seductor de un amante trovador lleno de tierna inquietud.

Y dirigiéndose luego al anciano y alargándole la diestra para estrechar amistosamente la suya, añadió el ínclito trovador: ¿Te has olvidado acaso de y del amistoso lazo con que nos unimos en Roma y de las largas pláticas que allí teníamos, cuando estuve yo como Secretario de la pomposa Embajada de Tristán de Acuña?

El esposo de Clara siente nacer en su alma rabiosos celos, y el gran Maestre exhorta al trovador á renunciar á su loca pasión; pero él persiste en ella tenazmente, y hasta se aventura á penetrar en el aposento de su amada, en donde es sorprendido por Don Tello y preso de orden del gran Maestre.

El beso que Dios, al crearla, dio a su alma, viéndola tan bella, resuena aún en los cantares de aquel trovador admirable y produce divino encanto en los nobles espíritus que son capaces de sentirle y de comprenderle.

Leonor, Jimena y el séquito salen de la iglesia y se dirigen a la puerta del claustro; pero al pasar al lado de Manrique, éste alza la visera, y Leonor, reconociéndole, cae desmayada a sus pies. GUZMÁN. Esta es la ocasión... valor. LEONOR. ¿Quién es aquél? JIMENA. ¡Qué veo! LEONOR. ¡Ah! ¡Manrique!... GUZMÁN, FERRANDO. ¡El trovador!