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Hecho esto, los hermanos del califa, los wazires y los nobles, toman asiento á ambos lados del trono, escepto Isa ben Foteys que queda en pié á un lado para juramentar á todos los que van entrando.

12 Por el resplandor delante de él, sus nubes pasaron; granizo y carbones de fuego. 13 Y tronó en los cielos el SE

Al mismo tiempo se oye un coro celestial que le anuncia, que la justicia divina lo ha condenado á perder la vida y el trono, escena, por cierto, de la más sublime poesía. Don Carlos se queda como anonadado; el Rey llega corriendo, y asiste á los últimos instantes de su hijo, á quien llora con ternura paternal á pesar de sus extravíos.

¡Ved! La Muerte se ha erigido un trono, en una extraña ciudad que se levanta, solitaria, muy lejos, en el sombrío occidente, donde los buenos y los malos, los peores y los mejores han ido hacia la paz eterna. Allí los templos, los palacios y las torres torres carcomidas por el tiempo, y que no tiemblan nunca, no se parecen en nada a las nuestras.

Depuesto en Avila el rey D. Enrique IV y elevado al trono en su lugar su hermano el infante D. Alonso, declaráronse en Córdoba por el intruso el inquieto D. Alonso de Aguilar y otros grandes caballeros con D. Martin Fernandez, alcaide de los Donceles; y por el rey legítimo el obispo, el conde de Cabra y otros caballeros principales: con lo que quedó la ciudad dividida en dos poderosos bandos que se hicieron sangrienta guerra.

Apenas subido al trono el rey nuestro señor, me había nombrado su confesor; el papel que traía el superior en la mano, era una carta en que el mismo duque de Lerma me daba la noticia. Yo resistí... ¡Que resistísteis! ¡bah! de un confesor del rey sale un obispo, y de un obispo un arzobispo, y de un arzobispo un papa.

25 Entrarán por las puertas de esta ciudad, los reyes y los príncipes, que se sientan sobre el trono de David, en carros y en caballos, ellos y sus príncipes, los varones de Judá, y los moradores de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre.

Al pueblo siempre anuncia la campana Lo que ha sido, lo que es, lo que será: Cuando á su trono se alza soberana La virtud que combate á la maldad; Y cuando los tiranos en su cuello Han posado su planta ignominiosa ¡Ay! entonces resuena dolorosa Cual llorando perdida libertad.

Años llevaba ya nuestra macuita en pacífica posesión de un trono tan real como el de la reina Pintiquiniestra. Pero ¡mire usted lo que es la envidia!

Pálido y frío estaba en su cama de randas y colgaduras el emperador, y los mandarines todos lo daban por muerto, y se pasaban el día dando las tres vueltas con los brazos abiertos, delante del que debía subir al trono. Comían muchas naranjas, y bebían con limón. En los corredores habían puesto tapices, para que no sonara el paso. No se oía en el palacio sino un ruido de abejas.