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Desde que llegué a Madrid tengo el alma llena de tristeza... Lo comprendo, hijo: nuestra situación no es para menos. ¡Si vieras la crujía que hemos pasado!... ¡Y lo que queda!... No es nada de eso. Pues no te entiendo. Ahora me comprenderá Vd.

Dios dispone de todo, y las glorias de la tierra son a veces trocadas en miseria, en tristeza, en nada, por su mano poderosa. Si mi hijo no parece, ¿qué soy, qué me queda, qué resta a mi casa y a mi nombre? Dios habrá decidido que todo perezca, y que las grandezas de ayer sean hoy ruinas, donde nos ocultemos para llorar. ¿La victoria se había de alcanzar sin desgracias?

Frayburu seguía en su desolación y en su tristeza. Dimos vuelta al Izarra y comenzamos a entrar en las puntas. Las luces del puerto se reflejaban en el mar; brillaba alguna que otra ventana iluminada de la ciudad. Fuimos penetrando por las calles estrechas formadas por las barcas en el muelle silencioso. La marcha del patache era lenta; yo les ayudaba a los marineros en la maniobra.

Desazón; que si , que si yo; que no me quieres, que , que tira, que afloja, que vira, que vuelta; que me engañas, que no, que más, y hemos concluido, y adiós, y allá va la lagrimita. La señora de Rubín dejó caer la cabeza sobre el pecho, dando un chapuzón en el lago negro de su tristeza.

Al día siguiente despertó con una alegría exaltada, á la que sucedía bruscamente una tristeza sin igual. Su aturdimiento tomaba fases muy diversas tan pronto se veía atacado de un apetito insaciable de verbosidad que no podía contener; tan pronto hacía esfuerzos inauditos para pronunciar una palabra, sin llegar á conseguirlo.

Después de la comida, Fernando se sentó en el paseo lejos de la música, que empezaba su concierto nocturno. Estaba triste, y su tristeza era de engaño y arrepentimiento. Aquella pobre mujer había dicho la verdad: las ilusiones de él iban a morir de un golpe con la satisfacción del deseo. Mejor hubiese sido creerla.

Está pidiendo a gritos que lo abofeteen. ¡Tan satisfecho de mismo aparece!... La señora anuncia a una mujer con un rostro que debió ser lindo, y al que una tristeza ya lejana otorga una nobleza especial. Es Julia Duval. JULIA. Es usted la señora Stowe, ¿verdad? Vengo con motivo del pirograbado y del cuero. Estoy a sus órdenes. ¿Qué género de objetos desea usted estudiar más especialmente?

»Hubo un instante de silencio, y Teobaldo volvió lentamente a su tristeza habitual, diciendo: », señora; nuestros presentimientos se cumplirán. Tendrá usted inmensas riquezas, será una gran señora... respetada y adorada de todos.

Asunción y Presentación, al oír que yo era una especie de santo, me contemplaron con admiradas. Yo las miré también. Estaban tan bonitas, más bonitas que en Bailén; pero oprimidas bajo la exagerada pesadumbre de la autoridad materna, sus hermosos ojos estaban llenos de tristeza. Sin que su madre lo advirtiera, dijéronse algunas palabras por lo bajo.

Van muy alegres, es verdad... ¿Pero siguen estándolo?... murmuró la de Ribert con inconsciente tristeza. Dios mío exclamé para cortar las meditaciones de la de Ribert, que parecían dolorosas; qué contenta estoy de aprender a conocer a los señores hombres... Nuestra averiguación me va a abrir horizontes enteramente nuevos.