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He tratado de convencerle de que la vergüenza consiste en cometer el pecado y no en confesarlo. ¿Qué decides, hermano Dimmesdale? ¿Quieres dirigirte al alma de esta pobre pecadora, ó debo hacerlo yo?

Sonrojóse vivamente el duque al verse tratado de tal modo por el bufón en presencia de una tercera persona, y balbuceó algunas palabras. El bufón adelantó lento y sombrío.

Volvió a contemplarle Rivera con sorpresa, y repuso sin poder evitar una sonrisa de lástima: Puede, puede ser. Yo le he tratado muy poco, ¿sabes? Desde que ese idiota de Moreno le ha tomado por su cuenta, temía que se hubiese extraviado. Mario sonrió algo contrariado. ¡Qué duro está usted con Adolfo, D. Miguel! ¡Alto ahí, amigo!

Esta sola consideracion basta, para que se solicite por todos títulos que se desamparen dichos establecimientos, que por el tratado estan espresamente prohibidos á nuestros fronterizos: y supuesto esto, me detendré un poco en explicar mis ideas, fundadas en los conocimientos geográficos, que hacen ver que no puede el Rey oponerse á los progresos portugueses de dichas minas sino por los esfuerzos de esta provincia.

Además, le cayó otra ocupación. Sucedió que el Arcipreste de Loiro, que había conocido y tratado mucho a la señora doña Micaela, madre de don Pedro, quiso ver otra vez toda la casa, y también la capilla, donde algunas veces había dicho misa en vida de la difunta, que esté en gloria. Don Pedro se la mostró de mala gana, y el Arcipreste se escandalizó al entrar.

No se citaba, durante su matrimonio, un solo triunfo que el amor hubiese alcanzado sobre ella. Había sabido infundir, o sin saberlo ni pretenderlo ella, había infundido esperanzas que no llegaban a cumplirse. Hasta ya viuda, Elisa no había tratado con frecuencia al Conde de Alhedín. Verle y desear enamorarle fué en ella todo uno.

He aquí lo que les decía: ¡Eh! ¡Child, Bléed, Merweg, y , Sarimar, amigos míos, ya estamos otra vez reunidos! Volvéis gordos... ¡Se conoce que os han tratado bien en Alemania! ¿No? Luego, señalando hacia el desfiladero cubierto de nieve, añadió: ¿Os acordáis de la gran batalla? Uno de los lobos comenzó a aullar con voz lastimera; después, otro, y, por último, los cinco a la vez.

Eran estos dos libros Tratado de la tribulación, de fray Pedro de Ribadeneyra, y La conquista del reino de Dios, de fray Juan de los Angeles. Serafina dio a entender a don Andrés que su ama tenía grandísima curiosidad de saber quién había apaleado a Antoñuelo y por qué motivo.

Sin embargo, el autor del Tratado de las sensaciones parece estar muy satisfecho de su sistema: impresion actual, aquí la sensacion; recuerdo de la sensacion, aquí la idea intelectual: esto si no es sólido es alucinador; con la apariencia de una observacion delicada, se detiene en la superficie de las cosas, y no fatiga al discípulo.

En el mismo sentido se expresaba el P. Rávago, confesor del imbecil Fernando VI, asegurando al Superior de los Misiones, que el Rey, víctima de las intrigas de su consejero Carvajal, autor del tratado, no se le habia opuesto hasta entonces por pusilanimidad é ignorancia. Entretanto la insurreccion, que cundia en los pueblos de Misiones, no dejaba mas arbitrio que el de la fuerza para sofocarla.