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Si yo te abandono, ¿qué va á ser de ti en poder de estos cuatro demonios? ¿Cómo he de consentir el crimen espantoso de este encierro, de esta soledad, de este marasmo, de esta tortura lenta que te aplican esas infames? No, Clara: me conoces muy bien en las pocas veces que me has tratado para saber que yo no puedo consentir tal cosa.

Me entusiasma y complace leer los prodigios que Dios ha escrito en ese libro majestuoso que se llama la naturaleza, pero no es ménos cierto que me asusta y desalienta ese cerrado cajon de madera que se llama diligencia y yo apellido tortura.

Felizmente los jueces no pudieron comprender la mirada de angustiosa pasión que la sarracena le dirigió, por última vez, al ser arrastrada de nuevo a la tortura. Vino luego la declaración del Canónigo, y no volvieron a molestarle. Ya quedaba libre; pero ¡quién quitaría de su honra la mácula de semejante calumnia! ¡Ah, un agravio alevoso como aquél merecía, asimismo, secreta venganza!

Al alzarse el telón vino una bocanada de aire más respirable a aquel horno; poco duró, pero al menos dio ánimos para atender a las primeras escenas del drama. El cual merecía bien que se sufriese la asfixia y otros géneros de tortura, a trueque de verlo representar. Desde la exposición tuvo conmovidos y suspensos a los espectadores.

Un viejo ministo, abierto al breviario, al pié de la cama murmuraba quedo una honda plegaria. Tendida en el lecho la pálida enferma, sintiendo cercana la hora de la muerte, con voz apagada a todos sus hijos a todos llamaba. Tortura el silencio de la triste alcoba, angustia la calma de aquel cuadro negro.

La bestia de combate acorazada de rojo, armada de uñas corvas y tenazas de tortura, guerrero implacable de las verdes cavernas submarinas, jamás se había unido con el pez gracioso, ligero y débil que movía la cola de su túnica rosada y plateada en las aguas transparentes.

La tortura del sentimiento y la violencia ejercida sobre nuestra alma, son las dos tiranías más insoportables de este mundo.

Aquí tiene usted una personita que se tortura porque no pienso como ella en materia de fe, y que estoy seguro de que me encuentra muy ingrato porque no conformo mi pensamiento al suyo.

Máximo a su hermano. 25 de diciembre. ¡Qué noche!... ¡Qué tortura! Es horrorosa la agonía de un ser todavía lleno de vida y de pensamiento, luchando con un mal inflexible que le tiene en un suplicio, viendo el abismo abierto y cayendo en él sin flaqueza... A las diez ha tenido una crisis horrible seguida de una larga postración semejante al sueño.

Esperé con paciencia que aquella dama hubiera exhalado el último grito, que me pareció estridente y de un timbre infernal; así fue que el descanso resultó magnífico y la suprimida tortura se tradujo en un aplauso unánime.