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Entonces Ester, trémula y convulsa, apretó con la mano el signo fatal, como si instintivamente quisiera arrancárselo del seno. ¡Tan intensa fué la tortura que le causó la acción de aquella criaturita! Y como si la agonía que revelaba el rostro de la madre, no tuviera otro objeto que divertirla, la niñita fijó las miradas en ella y se sonrió.

Pedí, rogué a mi madre que, si no había modo de vivir en nuestra casa sin la tiranía de aquellos testigos de mi tortura, anticipara todavía más el suceso que era la causa fundamental de ella. Y mi madre no comprendía cómo buscaba yo el remedio contra las hieles de una pócima sin fin, apresurándome a beberla; pero yo lo comprendía.

Llamó muy quedito: /P «Camaroncito duro, Sácame del apuro.» P/ ¿Qué quiere el leñador? dijo el camarón, saliendo del agua poco a poco. Nada para : ¿qué más podría yo querer? Pero mi mujer no está contenta y me tiene en tortura, señora maga, con tantos deseos. ¿Y qué quiere la señora, que ya no va a parar de querer? Pues una casa, señora maga, un castillito, un castillo.

Al terminar su análisis, después de haber relatado la enfermedad de su hija con todo lujo y pormenores y dejar ya trazado el exacto inventario del sufrimiento que nos tortura a los tres, le proclamaron unánimes su maestro. »Razón tenían para ello.

Me veo reducida a pensar en ti con angustia, con tortura, y la conciencia de mi falta me hace palidecer cuando el murmurio del viento trae tu nombre a mis oídos. Entre nosotras se alza un espectro feroz, de miradas ardientes, horroroso y grotesco a la vez, con serpientes entrelazadas en sus cabellos, y que extiende hacia sus manos armadas de garras para separarme eternamente de ti.

Las mesas desbordaban; sobre las sillas cercanas había pilas simétricas: era una orgía de dinero, tentadora, insolente y cruel, como mesa cubierta de suculentos platos, a los que es prohibido tocar, y que el hambriento mira encandilado, de lejos, bajo la tortura de su estómago y de su olfato.

Pero viendo luego que ya estaba obligado a recorrerlo hasta el fin, notando la angustia de la joven, sentía crecer su repugnancia. ¿No estaba infligiendo a esa mujer, por amor a la verdad, una tortura moral? ¿Había gran diferencia entre los horribles instrumentos de la antigua inquisición y la mentira con que él exploraba el alma de la acusada?

Con cuánto amor se sientan al pié del venerable tronco, casi cadáver ya, los hijos de la multitud! Bello y poético culto tributado á la vida, cuatro veces secular! Cerca de la plazuela muestra su sombría cabeza la Torre-maldita, donde se guardaban los instrumentos de tortura, verdadera irrision de aquel árbol, símbolo de victoria y emancipacion.

En la noche siguiente se repitió la misma tortura, acabando con la quebrantada energía del gaucho. Sintió un terror pueril al pensar que este suplicio podía repetirse todas las noches. Se acordaba de lo que había oído contar sobre los tormentos que la justicia aplicaba en otros siglos á los hombres.

No, no era cierta la afirmación del centauro. En tiempos normales, tal vez. Lejos del país de origen y cuando no corre éste ningún peligro, se le puede olvidar por algunos años. Pero él vivía ahora en Francia, y Francia tenía que defenderse de enemigos que deseaban suprimirla. El espectáculo de todos sus habitantes levantándose en masa representaba para Desnoyers una tortura vergonzosa.