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Otra especie de tortura peculiar que experimentaba la pobre mujer era cuando veía un nuevo rostro, cuando personas extrañas fijaban con curiosidad las miradas en la letra escarlata, lo que ninguna dejaba de hacer y era para ella como si le aplicasen un hierro candente al corazón. Entonces apenas podía contener el impulso de cubrir el símbolo fatal con las manos, aunque nunca llegó á hacerlo.

Eleonora Duse, cansada, envejecida, fatigada de sufrir esa inquietud imprecisa y sin nombre que tortura á los artistas y que raras veces halla término y reposo, porque más que amor, es deseo de amar, empieza á aborrecer la popularidad.

No pretendo ser irreprochable se decía ; pero, sin embargo, no soy un pillo; por lo menos estoy resuelto a contenerme. Prefiero soportar las consecuencias de mi propia conducta y no hacer creer que soy el autor de un acto que nunca habría cometido. Jamás se me hubiera ocurrido gastar ese dinero para divertirme... sólo cedí a una tortura.

Yo me alegro de sus hazañas como si fuesen de un amigo viejo, de una visita de mi familia á la que no hubiese visto en mucho tiempo... El pobre merecía mejor suerte: haber encontrado una mujer que no fuese yo, una compañera al nivel de sus aspiraciones... Te digo que me da lástima. Y esta lástima era tan intensa, que humedecía sus ojos, despertando en el amante la tortura de los celos.

Esto era claro como la luz. Pero a ratos, meditando, pensando en su delito, en su doble delito, en la muerte de Quintanar sobre todo, al remordimiento, que era una cosa sólida en la conciencia, un mal palpable, una desesperación definida, evidente, se mezclaba, como una niebla que pasa delante de un cuerpo, un vago terror más temible que el infierno, el terror de la locura, la aprensión de perder el juicio; Ana dejaba de ver tan claro su crimen; no sabía quién, discutía dentro de ella, inventaba sofismas sin contestación, que no aliviaban el dolor del remordimiento, pero hacían dudar de todo, de que hubiera justicia, crímenes, piedad, Dios, lógica, alma.... Ana. «No, no hay nada, decía aquel tormento del cerebro; no hay más que un juego de dolores, un choque de contrasentidos que pueden hacer que padezcas infinitamente; no hay razón para que tenga límites esta tortura del espíritu, que duda de todo, de mismo también, pero no del dolor que es lo único que llega al que dentro de ti siente, que no se sabe cómo es ni lo que es, pero que padece, pues padeces».

Facundo muere asesinado el 18 de febrero; la noticia de su muerte llega a Buenos Aires el 24, y a principios de marzo ya estaban arregladas todas las bases del Gobierno necesario e inevitable del comandante general de campaña, que desde 1833 ha tenido en tortura a la ciudad, fatigándola, angustiándola, desesperándola, hasta que la ha arrancado al fin entre sollozos y gemidos la suma del Poder público, porque Rosas no se ha contentado esta vez con exigir la dictadura, las facultades extraordinarias, etc.

Á más del libro en blanco, corre de boca en boca la célebre definición que hace del indio un doctísimo escritor, en la que asienta entre otras muchas cosas, lo imposible de conocer al indio. En las páginas en blanco, solo vemos, ya que no un cuento, por lo menos un rato de buen humor del Reverendo Padre, que ponía á tortura la curiosidad tras las alambradas puertas de la librería.

Acordose de la mirada tan profunda, tan extraña, que su antigua manceba le había dirigido ante el Tribunal de la Inquisición, al ser arrastrada de nuevo a la tortura, y pensó en algún terrible aojamiento, cuya influencia pudiera prolongarse durante todo el resto de su vida.

Hace mucho tiempo que este secreto pesa sobre mi conciencia y que el remordimiento me tortura... Hablas de lo que has sufrido... Vas á saber lo que he sufrido yo y después compararás. Acaso tu prisión no era más dura que mi libertad, porque tenías derecho de llorar, de maldecir, mientras que yo estaba obligada á brillar, á divertir á los demás, á encerrar mi dolor en misma.

Allí, bajo el imperio de una voluntad ajena, vigilado constantemente para que no pudiera procurarme el veneno, llegaría forzosamente a descocainizarme. ¿Sabe usted lo que pasó? Que yo, conjuntamente con el heroísmo para entregarme a la tortura, llevaba bien escondido en el bolsillo un frasquito con cocaína... Ahora calcule usted lo que es pasión.