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A ti, chiquilla, no te quiere ni pizca... lo que se llama querer cuando se trata de otra clase de madres. En fin, que te necesita para pantalla de sus incurables vanidades; y, como cosa suya, cuanto más hermosa sea la pantalla, mayor es su deseo de lucirla. Si fueras fea y tonta, antes se retiraría ella del mundo que presentarse contigo en él.

Ya... como que no soy hierba... ¡Qué mal genio tienes y que reguapa eres! Es que no quiero músicas y no se meta usted conmigo, que yo voy por mi camino y la calle es del rey. No seas tonta y baja la voz. ¿Qué trabajo te cuesta contestarme a cuatro preguntas? No te arrepentirás; mira que soy muy agradecido.

Entonces él exclamó: ¡Mentira parece que hayas tenido valor! No tienes derecho a reconvenirme. Te gusté, era libre, y además tonta: te creí... ¿qué había de suceder? Después me abandonaste sin el más leve motivo de queja. Al llegar aquí, don Juan creyó notar que los ojos de Cristeta brillaban humedecidos en llanto, y que su voz acusaba profunda turbación de espíritu.

Ella no la iba á abandonar, nada tenía que temer; el P. Camorra tenía otras cosas en la cabeza; Julî no era más que una pobre campesina... Pero al llegar á la puerta del convento ó casa parroquial, Julî se negó tenazmente á subir y se cogió á la pared. ¡No, no! suplicaba llena de terror; ¡oh, no, no, tened piedad!... Pero que tonta...

¡Ana, sube, anda, tonta! gritó la viuda mientras devoraba a la Regenta con los ojos de pies a cabeza. Para Obdulia las demás mujeres no tenían más valor que el de un maniquí de colgar vestidos; para trapos ellas; para todo lo demás, los hombres. Ana se excusó otra vez; tenía que hacer. Saludó con graciosa sonrisa y siguió adelante.

Con la boca llena de cerezas, y de lo alto de las ramas, exclamó que las gotas de agua brillaban en mis hermosos cabellos como un aderezo ideal, y que en su vida había visto nada más lindo. Y Susana, que pretende que es un hombre como otro cualquiera me decía yo, ¿cómo es posible ser tan tonta? Volvimos a la sala, donde se hizo una gran fogata para secarnos.

El caso es que tengo diseminados en mi cuarto cuarenta y dos hombrecillos que lloran, ríen y gesticulan, y que por lo menos estoy contenta. «Ayer por la noche he hablado con Blanca, del amor, señor cura. ¿Cómo me decíais que no existía sino en los libros y que no tenía nada que ver con las jóvenes? «¡Ah, mi cura, mi cura; mucho me temo que me hayáis engañado muchas veces como a una tonta!

Mariano quiso contestar que no trabajaría más a jornal; pero Bou tenía tantas ganas de decir algo, que le cortó la palabra con la suya inagotable, diciéndole así: «Aprovecho esta ocasión para decirte que tu hermana es una loca, una mal agradecida, una mujer ligera, una tonta, una disipadora, una cabeza destornillada.

Esta mañana he entrado triunfalmente en el comedor con un gran librote debajo del brazo. La abuela retrocedió espantada. ¡Dios mío, Magdalena! ¿te vas a examinar? No, abuela querida, estoy haciendo un examen. ¿A quién? ¿De qué? exclamó sorprendida. De la cuestión de las solteronas... Cuestión tonta y detestable idea respondió la abuela enfurruñada.

No, señorita, de ninguna manera... No puedo hacer eso... ¿Por qué, tonta? ¿No ves que es por mi bien? Si yo dejara de librarme de algunos días de purgatorio por no hacer lo que te pido, ¿no tendrías un remordimiento? Pero mi palomita del alma, ¿cómo quiere usted que yo la maltrate, aunque sea para su bien?