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Después que despachó su tarea, se dio a pensar en su hija, que en aquellos momentos estaba en su tocador. Luz andaba algo preocupada con la indisposición de Ángel: cosas de chicuelas enamoradas. La marquesa ignoraba lo del grave punto que había quedado pendiente la antevíspera entre los dos interesados.

El cuidado de su tocador le ocupaba gran parte de la mañana. Había vuelto a dedicarse a la equitación y paseaba todos los días por el Bosque de cuatro a seis. Comía con su esposa siempre que no estaba invitado a la mesa de la señora Chermidy.

Apoyado en la pared de la derecha y cercano al hueco de la ventana, un armario antiguo, que debió ser barnizado recientemente, á juzgar por la prisa con que devolvía en vivos reflejos los tenues rayos de luz que sobre él caían. Enfrente, y cerca de la otra ventana, un tocador de madera sin barnizar, al gusto modernísimo, de esos que se compran en los bazares de Madrid por poco dinero.

Estoy hecha una campesina, ¿verdad? dijo como si leyera en los ojos de Rafael el asombro por aquel cambio. La vida del campo obra estos milagros: un día un adorno, mañana otro, va una despojándose de todo lo que antes era como una parte del cuerpo. Me siento mejor así... ¿Creerá usted que hasta tengo abandonado mi tocador y allí se pierden cuantos perfumes traje?

»Recuerdo que precedieron a la fiesta largas horas de punzante inquietud, de ávida contemplación de mis flamantes y simbólicos arreos de batalla, tendidos sobre lechos, sillones y cojines: desde el menudo zapato de raso, hasta las flores de la cabeza, pasando por un océano de sedas, encajes, plumas y crespones; todo aéreo, todo casto, todo simple, como pedían y piden los estatutos de la Orden para una doncella de mi edad y condiciones, a quien no le es lícito, todavía, albergar malicias en su cabeza ni torpes sentimientos en el corazón; otras horas, no tan largas, en lo más recóndito de mi gabinete, entre menjurjes, abluciones y atildaduras de tocador.

Emma dormía mucho, y aun despierta tenía necesidad de estar completamente sola muchas horas, porque además de las intimidades a que podía y debía asistir Bonifacio, había otras más recónditas que no podía presenciar ni el marido; eran unas las del tocador, secreto de secretos, y otras misteriosas manías de cuya existencia no quería ella que supiese nadie.

Cada uno de estos hurtos los amenizaba con carcajadas, explicaciones humorísticas que ya no hacían reír. Todos sabían que aquél era el vicio de doña Visita. Las señoras dejaron a los criados el cuidado de la merienda y se fueron a lavar las manos, y arreglar traje y peinado. Ya sabían dónde estaba el tocador para tales casos. Era la habitación donde había muerto la hija segunda de los Marqueses.

Vengo a decir adiós dije al entrar en una habitación en que nunca más debía poner los pies. Eso mismo habría hecho yo algo más adelante, pero muy pronto me dijo ella sin manifestar sorpresa, ni contrariedad. ¿Entonces no me guardará rencor? De ningún modo. Usted no se pertenece. Sentose delante del tocador y añadió: «Adiós», sin volver la cabeza. Pero me miró en el espejo y sonrió.

Alzó ella la cabeza con un infantil movimiento de curiosidad, y sonrió, murmurando: ¡Qué precioso!... Y tendrás añadió la voz sugestionadora una cama dorada, con paños de brocatel...; un tocador vestido de encajes..., ¿quieres?...; unas ánforas de bronce llenas de rosas.... Carmen, levemente, como en el éxtasis de un encantamiento, respondía: ....

Clementina siguió murmurando después de haberse ido: ¡Pero qué atrevido es este gallegazo! ¿Habrá mastuerzo? No creo que a nadie más que a le toquen semejantes criados.... Apaciguándose de pronto por virtud de otra idea que le acudió, dijo: Anda, ven a vestirme, que ya es tarde. Entró en su tocador seguida de Estefanía. Contra lo que debía presumirse, ésta tenía el semblante grave y nublado.