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La ingenuidad de aquel americano resultaba discordante con las sutiles hipocresías de la sociedad en que vivía, y cuando hablaba, sin cuidarse de las protestas ni de las exclamaciones de las damas, se hubiera dicho que estaba tirando pistoletazos en una pajarera. Era tan rico, que en todas partes se le acogió con entusiasmo. El gran mundo parisiense no está ya cerrado como en otro tiempo.

Los carros de los labriegos, con sus toldos claros, formaban un campamento en el centro del cauce, y á lo largo de la ribera de piedra, puestas en fila, estaban las bestias á la venta: mulas negras y coceadoras, con rojos caparazones y ancas brillantes agitadas por nerviosa inquietud; caballos de labor, fuertes pero tristes, cual siervos condenados á eterna fatiga, mirando con sus ojos vidriosos á todos los que pasaban, como si adivinasen al nuevo tirano, y pequeñas y vivarachas jacas, hiriendo el polvo con sus cascos, tirando del ronzal que las mantenía atadas al muro.

De pronto, el Capellanet saltó al medio de la plaza tremolando su sombrero... «Pero ¿es que iban a pasar la tarde oyendo la flauta sin bailarCorrió al grupo de atlotas y agarró por las manos a la más grande, tirando de ella. «¡!...» Esto bastaba para la invitación. Cuanto más rudo era el manotazo, más cariñoso parecía y digno de agradecimiento.

Tirando de aquí y de allá, podían pasar aquel día; pero ¿y el siguiente? Yo no tenía ya ni dinero ni quien me lo diera. Debía no cuántas fanegas de judías, doce docenas de alpargatas, tantísimas arrobas de aceite; no me quedaba que empeñar o que vender más que el rosario. Los primos, que me sacaban de tantos apuros, ya habían hecho los imposibles... Me daba vergüenza de volver a pedirles.

Y el mozo, sin miedo y sin pereza, tirando de la espada, metíase tierra adentro con sólo tres hombres, yendo de tribu en tribu a la compra de víveres, que pagaba con cuentas azules, peines, cuchillos, cascabeles y anzuelos.

Era hombre de treinta y cuatro a treinta y seis años: de más edad por lo tanto que nuestro joven; rubio, con ojos de color indefinible tirando a verde, penetrantes y maliciosos; la barba rala y partida por el medio. Vestía con la elegancia un poco fantástica y afectada que alguna vez usan los artistas para apartarse de la vulgaridad burguesa.

Venturita, sentada ya, se atracaba de aceitunas, tirando los huesos a su hermana y haciéndole guiños provocativos, mientras ésta, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, se llevaba el dedo a los labios pidiéndole discreción. Don Rosendo había ido a ponerse la bata y el gorro, sin los cuales le habría hecho daño la cena.

Mujeres del pueblo, tirando de la mano de sus pequeños, seguían al marido, que iba con la capa caída, la gorra ladeada y los ojos brillantes, canturreando todos algún coro de la zarzuela de moda.

El reconocimiento que en Marzo de 1780 hicieron los pilotos de la expedicion que salió al mando de D. Antonio Viedma, para establecer en San Julian, solo reconocieron con la lancha del paquebot San Sebastian, unas 40 leguas por la banda del norte, tirando al oeste de dicho golfo.

La hermosa dama no contestó, y tirando de la mano á Pacorrito, le llevó por misteriosa región de sombras. El granuja vió al cabo una gran sala iluminada y llena de preciosidades, cuya forma no pudo precisar bien en el primer momento. Al poco rato, comenzó á percibir con claridad mil figurillas diversas, como las que poblaban la tienda donde había conocido á su adorada.