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¡Hay paciencia para esto! exclamó el general tirando los naipes. ¿Qué es lo que exalta de esta suerte la bilis de nuestro tío? preguntó Rafael, que había entrado, a su prima Rita. La noticia que corre. ¿Qué noticia? Que te nombran mayor de plaza y lo ha tomado por una ironía. Tiene razón; yo no puedo aspirar a más dictado que al más chico de la plaza.

A pesar de esto, el príncipe llegaba puntualmente. Para excusarse, hacía memoria de unas palabras de la duquesa. Al día siguiente de su primera y ruidosa ganancia, se había levantado al verle entrar en el salón, tirando de sus dos manos para hablarle aparte. me das la buena suerte susurró en su oído . Estoy segura de que es así. Gano desde que somos amigos. ¡Ven, ven siempre!

Según aquel hombre, los niños se habían concertado para pasar juntos una noche en la barca. ¿Quién lo diría? Ana confesó al cabo que habían dormido juntos, pero que había sido sin querer. Su propósito había sido hacerse dueños de la barca una noche, aunque los riñeran en casa, pasar de orilla a orilla ellos solos, tirando por la cuerda, y después volverse él a Colondres y ella a Loreto.

Además añadió con la voz preñada de lágrimas , su madre de usted no me quiere.... Ha dicho que yo soy una chica mala ... que ando tirando piedras. Su madre de usted no me quiere ... usted tampoco. Sólo mi padre me quería y yo voy a reunirme con él. Y la chica, en un momento de arrebato, se acercó al acantilado con intención de tirarse al mar; yo la cogí de un brazo y la retiré de allí.

¡La hipócrita y la deslenguada es usted! exclamó Pablo, furioso, cogiéndola del brazo y tirando de ella. Se empeñó una lucha deplorable en medio del patio; chillaba el chico, y las muchachas, asustadas, refugiáronse en sus habitaciones. ¡Déjeme usted, que me hace daño! decía Pepa, agarrada con ambas manos a la reja del zaguán. Pablo Aquiles la soltó.

El asno, fiel compañero del trapero, desfilaba en todas sus míseras variedades, tirando de los cajones, trotando bajo los varazos de las amazonas. Eran animales pequeños y sucios, de una malicia casi humana.

Pon atención y oirás maravillas anunciaba á Desnoyers tirando de uno de los cuadernos. Era la historia de las bestias famosas que habían entrado en la estancia para la reproducción y mejoramiento de sus ganados; el árbol genealógico, las cartas de nobleza de todos los animales «pedigrée». Había de ser él quien leyese los papeles, pues no permitía que los tocase ni su familia.

-Así es la verdad, señor -respondió una de las doce-, que no tenemos hacienda para mondarnos; y así, hemos tomado algunas de nosotras por remedio ahorrativo de usar de unos pegotes o parches pegajosos, y aplicándolos a los rostros, y tirando de golpe, quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de piedra; que, puesto que hay en Candaya mujeres que andan de casa en casa a quitar el vello y a pulir las cejas y hacer otros menjurjes tocantes a mujeres, nosotras las dueñas de mi señora por jamás quisimos admitirlas, porque las más oliscan a terceras, habiendo dejado de ser primas; y si por el señor don Quijote no somos remediadas, con barbas nos llevarán a la sepultura.

Venturita tomó una caja de cerillas que había sobre el costurero, y encendió una. Madre e hija estaban pálidas. Aquélla arrimó la carta a la luz. En cuanto leyó unos cuantos renglones, se dejó caer en la butaca, y clavando los ojos con expresión dolorosa en su hija, le dijo: Ventura, ¿qué has hecho? ¿Yo? Nada respondió la niña tirando al suelo la cerilla que tocaba a su fin.

Todo esto lo explicó rápidamente Cristeta, añadiendo malhumorada: ¡Y la estatua... soy yo! Frunció don Juan el entrecejo, y exclamó, tirando los papeles sobre el diván: Da grima. ¡No haga usted eso! Tan claramente manifestó su desagrado, que Cristeta no pudo menos de sentir sorpresa.