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Llegaba siempre al faubourg Poissonnière en una preciosa berlina tirada por un caballo de ciento cincuenta luises... Y era de ver la cara que ponía Ambrosio Thomas... ¡Decadencia y corrupción! decía levantando los brazos al cielo.

Oíase desde la sala la murmuración del chorro de una fuente, la cual con tal constancia estimulaba el oído, que Rufete se pasaba horas enteras en conversación tirada con el agua charlatana en estos o parecidos términos: «En todo lo que Su Señoría me dice, señor chorro, hay mucha parte de razón y mucho que no puede admitirse. Subí al poder empujado por el país que me llamaba, que me necesitaba.

Pues Publio contestó la última tirada de Jacinto llamándolo «afeminado esteta»... El «afeminado esteta» le mandó sus padrinos, y el de la «pluma viperina» nombró los suyos... Cuatro largos días pasábanse ya los padrinos discutiendo sin descanso en el Club Social las condiciones del duelo... Los representantes de Jacinto pretendían que Jacinto era el ofendido, los de Publio que lo era Publio.

Su paso por allí es ya imposible; yo habia tomado billete desde Turin á Ginebra: llegado á Suse subí á la diligencia, tirada por catorce vigorosas mulas, y despues de subir constantemente nueve horas, llegamos á la cima del altísimo monte, coronado de nieve resplandeciente.

Tirada esta línea divisoria, se hacia una separacion entre el órden sensitivo y el intelectual; y como por otro lado era preciso establecer una comunicacion entre estos dos órdenes, si se queria salvar el principio de que nuestros conocimientos venian de los sentidos, fué necesario echar un puente que uniese las dos riberas.

Delaberge se asomó a la ventana y vio ante el portal una charrette inglesa tirada por un pequeño caballo bayo, de vivos movimientos, junto al cual estaba el joven Simón. En aquel momento salió de la casa el Príncipe, lenta y majestuosamente, acompañado de la señora Miguelina.

Entre tanto, el joven Isidoro fue tan audaz que se aventuró a venir a visitarla, no ya recatadamente, sino en elegantísima victoria, tirada por dos soberbios trotones rusos, con la cual llegó hasta la puerta del castillo, subió las escaleras, y se empeñó en entrar a ver a la joven condesa. Por fortuna se opuso el aya que le recibió en la antesala. Isidoro dejó tarjeta y se retiró mal contento.

Un perro que salió furioso á ladrarle no logró aminorar su escape y se retiró pronto mohino jurando que jamás en su vida había visto correr de aquel modo á un caballo con dos jinetes. Lejos ya tropezaron una carreta tirada por dos bueyes.

Su sotana era una mancha negra caída sobre la clara alfombra, los rasos y las sedas de brillantes tonos. Parecía una mortaja tirada sobre un macizo de flores. La mirada del hombre se cruzó con la de la imagen reflejada, y sus propias pupilas le preguntaron asombradas con mudo y terrible lenguaje: «¿Qué haces aquí? El ciego debe ignorar que hay sol. El paraíso no existe para el réprobo.

Entraba con él en los cafés y hasta le llevaba a los bailes. Manín llegó a ser en poco tiempo una institución. D. Pedro, que apenas se dignaba hablar con las personas más acaudaladas de Lancia, sostenía plática tirada con él y admitía que le contradijese en la forma ruda y grosera de que era capaz únicamente.