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A veces se dispara la cerbatana en guerrilla; entonces se escoge por blanco el farolillo de un escarolero, el fanal de un confitero, las botellas de una tienda; objetos todos en que produce el barro cocido un sonido sonoro y argentino. ¡Pim! las ansias mortales, las agonías, y los votos del gallego y del fabricante de merengues, son el alimento del calavera.

Á pesar de eso, el promotor fiscal, que era hombre chusco, hacía su parodia en la tienda de D. Marcelino, y contaba que un día, explicándole á D. Juan de qué modo se había caído de un caballo, al llegar al punto de decir «el caballo se levantó de atrás y me arrojó por la cabeza, estrellándome contra una pared cercana», D. Juan Crisóstomo le había interrumpido exclamando: «¡PerfectamenteSería invención del promotor, pero era muy verosímil.

¿Que si lo han visto?... ¡Ya lo creo! ...Gran movimiento en la tienda de Sid'Omar... El cafetero llena las tazas, enciende otra vez las pipas.

Mientras el Zapata andaba por la muralla, se juntaron en la tienda de Juan Osorio de Ulloa, que estaba en la cama malato, cuatro Capitanes: Joan de Funes, Joan del Aguila, Zayas y Borja. Estos trataron que se rindiese el fuerte y enviaron al Zayas á hablar á Zapata de parte de todos para que hiciese alzar bandera.

Vinieron, y advirtiendo ellos que estaban las cajas dentro la tienda, y que no las podía tomar con la mano, tuviéronlo por imposible; y más por estar el confitero por lo que le sucedió al otro de las pasas alerta.

El resto de la tertulia adivinaba de un modo vago la malignidad de que estaban cargadas las palabras, pero no iba hasta el fondo de su significado. Llegó, en esto, á la tienda un señor como de sesenta años de edad, alto, delgado, vestido todo de negro y con sombrero de copa.

Una mañana entró un caballero en la tienda de un prendero.

Pero llegó un momento en que advirtió claramente que Soledad tenía celos de ella, y se propuso provocar lo más pronto posible una explicación. Una tarde llegó sola á la tienda. Soledad la recibió con marcada frialdad.

Las avisadas doncellas condujéronlos a una tienda con la que tenían relaciones especiales de un tanto por ciento, o tal vez al almacén de la casa contratista.

Cuando entró de nuevo en el Saloncillo, grandemente perturbados halló a sus cotidianos tertulios con la nueva que acababa de traer Severino el de la tienda de quincalla: «¿No saben ustedes lo que pasa, señoresTodos se levantan y le cercan. El comerciante habla visiblemente conmovido. Esta noche han robado y asesinado a don Laureano. ¿Qué don Laureano, el de la quinta?