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Callándome siempre, pero con mirada escrutadora, procuraba yo, con curiosidad irresistible, penetrar en el centro de su alma, y ver el progreso que iba haciendo allí el conocimiento del mal y los estragos y la ruina que este conocimiento hacía en el buen concepto que ella de mí tenía formado. Grandísimo pesar me causaba lo que acabo de querer explicarte.
Y si lo dudaba Juanito, que mirase a López, ése cuya señora era amiga de la mamá. Pues el tal López no tenía un céntimo, pero metió la cabeza en la Bolsa, y ahora no se dejaría ahorcar por ochenta mil duros, ni por cien mil.
Había sido un suicida con suerte en los primeros tiempos, cuando necesitaba crearse un nombre, y la gente no transigía ahora con su prudencia. El insulto acompañaba siempre a sus intentos de conservación. Apenas tendía la muleta ante el toro a cierta distancia, estallaba la protesta. ¡No se arrimaba! ¡tenía miedo!
La señora de Benítez, a pesar de lo tétrica que era en el pronosticar, tenía mil excelentes cualidades.
Ni más ni menos. ¡Adelante! Pues había ido esta tarde hasta Vallecas y a la vuelta entré en una taberna del camino, y como tenía hambre, mandé que me frieran unos huevitos y me guisasen un pisto. Es admirable cómo guisa los pistos la tía Bibiana del Puente de Vallecas. No deje usted de probarlo si algún día llega hasta allá... ¡Lo probaré...! ¡Adelante!
Eran unos tres mil duros, y con esta cantidad pensaba encontrar la salvación. El optimismo tornaba a apoderarse de su ánimo, como una reacción necesaria tras tantas horas de insufrible dolor. Aún tenía salvación.
No obstante, Lucía era una de las bellezas que citaban los periódicos en sus revistas de salones y teatros. Los años no la habían hecho desaparecer; por el contrario, al redondear y abultar sus formas, habían dado a su figura una majestad que antes no tenía.
Febrer tenía con este hombre rudo, alegre y generoso, una confianza fraternal. Muchas veces le había contado sus apuros para buscar el consejo de su astucia campesina.
Preparaban en una plaza el combate de un toro con un león y un tigre de cierto domador famoso, y el ganadero envió a Barrabás, animal perverso al que tenía aparte en la dehesa, pues andaba a cornadas con los compañeros y llevaba muertas muchas reses. También vi yo eso decía el de Moraima . Una gran jaula de jierro en medio del reondel, y Barrabás en ella.
Alzó el grito la dama, porque tenía para ella el pañuelo grandes recuerdos, y desolado don Casimiro al reconocer su error, devolvióselo con un fleco en torno de cuatro dedos de ancho.
Palabra del Dia
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