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Monté el «poney»; y a un «¡hurrade los cosacos, entre la heróica agitación de las lanzas, partimos a galope por la polvorienta planicie, porque ya la tarde declinaba, y las puertas de Pekín se cierran apenas el último rayo de sol huye de las torres del Templo del Cielo.

Todo esto le obligó a dejar el templo solitario. Volvió a las horas del culto. Conocía que en la nueva piedad que buscaba debían tomar parte importante los sentidos.

El trayecto entre Tayabas y Sariaya es de 11 km. Sariaya. Su situación, límites, historia, productos y estadística. La iglesia y el convento. Una modesta cátedra del saber, convertida en un bullicioso templo de Tersípcore. La mujer de Sariaya. La dalaga. El bosquejo, la caricatura y la fotografía. Más sobre las hijas del país. Sistema de gobierno femenino. ¿Manda, ú obedece?

Y ¿cuál es la montaña que no tiene á un tiempo hermosos aspectos y seguros asilos y que no es terrible ó benéfica y muchas veces ambas cosas juntamente? Los pueblos, andando por el mundo, podían relacionar fácilmente todas sus tradiciones á la montaña que dominaba su horizonte y darle culto. En cada estación de su largo viaje se edificaba un nuevo templo.

Por este camino vamos á Chipre, no á Jerusalen. ¡Con cuánto talento queria Napoleon convertir esta iglesia en templo de la Gloria! Nos dirigimos al altar mayor, y este gran monumento me confirmó más en mi juicio.

Los vidrios de las ventanas y los blancos muros del remoto santuario de la Virgen; patrona del lugar, que está en lo más alto de un cerro, así como otro pequeño templo o ermita que hay en otro cerro más cercano, que llaman el Calvario, resplandecían aún como dos faros salvadores, heridos por los postreros rayos oblicuos del sol moribundo.

4 Entonces mandó el rey al sumo sacerdote Hilcías, y a los sacerdotes de la segunda orden, y a los guardianes de la puerta, que sacasen del templo del SE

No las llevaba siempre puestas, colocándoselas tan sólo en su despacho, o en casa de sus clientes, cuando tenía que leer alguna escritura. No es necesario decir que los lunes, miércoles y viernes, al entrar en el templo de la danza, tenía muy buen cuidado de desenmascarar sus bellos ojos. Ningún cristal bicóncavo velaba en semejantes ocasiones, el brillo encantador de sus pupilas.

Y con repentino entusiasmo, olvidando su enojo, comenzó a explicar con una delectación de artista la ceremonia del día anterior en la iglesia de los que él, por antonomasia, llamaba los Padres. Primer domingo del mes: fiesta extraordinaria. El templo lleno: los oficinistas y trabajadores de la casa Dupont hermanos estaban con sus familias; casi todos (¿eh, Fermín?), casi todos: muy pocos faltaban. Había pronunciado el sermón el padre Urizábal, un gran orador, un sabio que hizo llorar a todos; (¿eh, Montenegro?) ¡a todos!... menos a los que no estaban. Y después, había llegado el acto más conmovedor.

A una cuadra está el templo y convento de la Compañía de Jesús, en cuyo presbiterio hay una trampa que da entrada a subterráneos que se extienden por debajo de la ciudad y van a parar no se sabe todavía adónde; también se han encontrado los calabozos en que la Sociedad sepultaba vivos a sus reos.