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Doña Visita estaba incomodada porque la señora Regenta había querido venir sin mandar antes un recado. Creo que fueron a paseo, porque doña Visita dijo no qué del Espolón. ¡Al Espolón! gritó Ripamilán, cogiendo con una mano un brazo del Magistral y con la otra la teja . ¡Al Espolón! ¡Pero don Cayetano! Es cuestión de honra para ; de ese desaire tengo yo culpa en cierto modo.

Pero en aquel instante salió de una de las ventanas de la casa y voló por el aire el sombrero, cayendo enmedio de la carretera, esto es, cerca de los clérigos. Al mismo tiempo una voz ruda dijo, acompañándolo de varias interjecciones: Toma la teja, ladrón. Si vuelves por aquí, te vas sin las orejas. El P. Norberto se apresuró a recogerla del suelo y echó a andar.

Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo! Y más, te hago saber, porque te huelgues, que he alquilado otra casa, y en ésta desastrada no hemos de estar más de en cumplimiento el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entré!

Los árboles selectos, bien nutridos, tenían en su mayor parte tonos de felpa verde, intensos y aterciopelados; pero algunos amarilleando ya, se encendían al sol poniente como pirámides de filigrana de oro. Otros eran rojizos, de un rojo teja, que en las partes heridas por el sol se hacía carmín.

Entró, y al volverse hacia el portal, para cerrar la puerta que dejaba atrás; vio que entraba en su casa un fantasma negro, largo; que paso a paso, por el portal adelante, se acercaba a él y que se le quitaba el sombrero que era de teja. ¡Mi señor don Víctor! dijo una voz melosa y temblona.

Al llegar de su provincia, trayendo por todo patrimonio algo semejante a lo que el antiguo fuero de Vizcaya asignaba a los segundones de casas nobles, un árbol, una teja y una armadura, encontróse de repente en medio de aquel brillante mundo, cuyas puertas le franqueaba su ilustre nombre, y parecióle entonces, como a Galo en Roma, que detrás de aquella asamblea de dioses nada había ya.

Carta de Demetria. Llegó el invierno. La Peña-Mayor al norte la Peña-Mea al sur envolvieron su cabeza en toca de nubes para no dejarla ver si no tal cual día señalado. Y comenzó la lluvia suave, pertinaz y fertilizante que debía trasformar el valle en ameno vergel allá en la primavera. Ni una teja, ni una rama de árbol, ni una brizna de yerba sin su gotita de agua.