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Pero, escuche dijo al ver que la tartana ya se hundía ; he querido reservarle una sorpresa; tengo la certeza de que ha muerto, porque yo mismo lo he derribado al suelo y lo he agarrotado. ¡! dijo Massareo con aire de incredulidad. ¡Yo! contestó Santiago con un impudor inconcebible.

Y bien, Blasillo, ¿qué dices de mi venganza? preguntó el gitano a su joven compañero después que se hubieron alejado mucho de la escampavía por medio de los largos remos de la tartana, cuidadosamente envueltos, de modo que la misteriosa desaparición del gitano pudiera pasar a los ojos de los españoles por un nuevo prodigio.

¡Su venganza, comandante, su venganza! ¿Cómo hubiera tratado, pues, a los amigos?... ¡Dejar a esos miserables!... ¡Por la Virgen! ¡si supiera usted lo que yo he sufrido viendo a la pobre tartana caer pieza a pieza bajo el cañón de esos cobardes! ¡ eres un niño, querido! si yo hubiera hundido a esos miserables y a su embarcación, ¿quién lo hubiera sabido?

Pero me has entendido, porque tus orejas se levantan y tus relinchos redoblan. ¡Valor, he ahí mi tartana! he ahí mi enamorada que se balancea sobre las olas como una gaviota se deja mecer en su nido por una onda transparente.

Entonces el bravo Massareo volvió hacia el barco mudo el enorme orificio del instrumento y gritó: ¡Ah de la tartana!... ¡ah! Después bajó la bocina, se llevó la mano a la oreja para no perder ni una palabra, y escuchó atentamente. Nada... Profundo silencio... ¿Eh? dijo al primer contramaestre que estaba cerca de él.

Después dio un silbido prolongado, y todos los negros, habiendo vuelto a la tartana, retiraron el puente y marcharon a lo largo de las rocas que formaban el borde opuesto del canal. El condenado permaneció en la playa, montado sobre su fiel Iscar.

Pero la tartana, teniendo sobre las dos escampavías una ventaja de marcha positiva, desapareció bien pronto detrás de la punta de la torre que avanzaba mucho sobre el mar; y no fue hasta después de un cuarto de hora de navegación que los guardacostas que navegaban en las mismas aguas, desaparecieron también a los ojos de la multitud, ocultos por el promontorio.

En aquel momento, el gitano, inclinado sobre la borda de su tartana, escuchaba con oído atento un ruido cadencioso que resonaba pesadamente como el paso de muchos caballos. ¡Ellos son, por fin! exclamó. ¿No eres, pues, más que un fraile llorón? J. JANIN, Confesión.

Cuando hayamos cambiado de disposición le largaremos una andanada. ¡Que Dios me ayude!... el levante cede... ¡Ah! ¡por la Virgen! ¡será una hermosa fiesta para el pueblo de Cádiz verte entrar con hierros en las manos y en los pies, con tu tripulación de demonios, perro maldito! decía el honrado Massareo mostrando el puño a la tartana desamparada, silenciosa y sombría, que se balanceaba al movimiento de las olas.

Y jadeante, con los ojos fijos y chispeantes, esperaban. El gitano se encogió de hombros, volvió la cabeza de su caballo del lado de la tartana, y la ganó a nado en medio de una granizada de balas, cantando una antigua canción mora del Hafiz: ¡Oh! permites, encantadora niña, que yo envuelva mi cuello con tus brazos, etc., etc. Los contrabandistas se quedaron anonadados.