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De esta guisa, como lacayos de casa real, servían las bateas de manzanilla a los ricos señores, algunos de los cuales habían suprimido la corbata. Por las tardes, al presentarse el decano, el ilustre marqués de Moraima, los socios formaban círculo en profundos sillones, y el famoso ganadero ocupaba un asiento más alto que los otros, a modo de trono, desde el cual presidía la conversación.

Maltrana renunció por el momento a todo encargo de trabajo por parte del senador. Pero su fe no se alteró por esto: otros le proporcionarían nuevas tareas. Al verse falto de ocupación, dejó de estar en casa, y pasó las tardes en el Ateneo o en los cafés, discutiendo con la juventud literaria. De noche comenzó a recogerse tarde, aconsejando a Feli que le esperase acostada.

Doña Juana, al entrar, ocupó un sillón semejante a un trono, asiento desde el cual presidía toda las tardes su fiel tertulia de canónigos, amigas viejas y señores de sanas ideas, como una reina que recibe su corte. Siéntate dijo brevemente a su sobrino.

Comenzó a ir todas las tardes después de comer; crió ganado vacuno y también algunos caballos, plantó árboles, abrió canales y levantó cercas. En la casa apenas tocó. En esta nueva afición ganó su cuerpo, que se hizo más duro y más ágil, y también su carácter.

Y allá en el fondo del paseo arbolado, vio asomarse la iglesia del Pilar, aquella iglesia pequeña, que más de una vez, bajo el oro del otoño en las hermosas tardes, ella contemplara desde la casa de las Aliaga imaginando idilios con Julio. ¡Cómo se habían alejado de pronto, hacia una irrealidad extraña, aquellos tiempos! Ahora le parecía otra, la iglesia del Pilar.

Y este aforismo, aprendido de la boca de venerables patriarcas del toreo en tardes de desgracia, le comunicó un deseo irresistible de cantar, poblando con su voz el silencio de la calle solitaria.

Eran tardes de dulce tristeza, en las que se compenetraban aquellos dos hombres: el uno, soñando con salir de la cárcel de piedra de la catedral para ver el mundo; el otro, de regreso de la vida, herido y desalentado, contento del obscuro reposo de la hermosa ruina y guardando con prudente silencio el secreto de su pasado.

Las mujeres solicitaban ser presentadas á él, con la dulce esperanza de que sus amigas las envidiasen viéndolas en los brazos del maestro. Las invitaciones llovían sobre Julio. Se abrían á su paso los salones más inaccesibles. Todas las tardes adquiría una docena de amistades.

No falta en Galicia quien tome su mate por las tardes leyendo Caras y Caretas o El Mundo Argentino. Y a el separatismo político no me asusta; pero este separatismo práctico me parece una cosa muy seria. Las provincias están llenas con estatuas de grandes hombres, sin contar las grandes mujeres, como Concepción Arenal y doña Emilia Pardo Bazán.

Además tenía en su cuarto de la casa de huéspedes una magnífica escopeta, regalo de su padre, y la nostalgia de los huertos le hacía pasar muchas tardes en el tiro del palomo, donde era más conocido que en la Universidad.