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¿De verdad que no has nacido aquí?... Entonces tienes razón; no puedo pegarte. Toma cinco pesos. Cuando Desnoyers entró en la estancia, Madariaga empezaba á perder la cuenta de los que estaban bajo su potestad á uso latino antiguo y podían recibir sus golpes. Eran tantos, que incurría en frecuentes confusiones. El francés admiró el ojo experto de su patrón para los negocios.

La voz indefinible del fabricante de conservas tuvo el honor de unirse al eterno concierto de los mares, como uno de tantos ruidos de olas que chocan o piedras que se arrastran. El viento no quiso encargarse de llevarla a veinte varas de distancia siquiera.

Una nueva aurora para mi alma... Pero no fue más que un relámpago que me hizo entrever los verjeles del cielo. Y al instante quedé sumida otra vez en la oscuridad... Hoy ¿qué somos nosotros? ¡Dos seres vulgares que viven como tantos otros en el cieno, queriendo persuadirse de que son felices!

Y es para decirlo con una frase digna de la Alta Cámara, donde hizo sus manifestaciones el general Aznar que «los individuos son como los pueblos, y los pueblos son como los individuos». El otro día, con un calor de cuarenta y tantos grados, estuve en el Congreso. Yo nunca había observado la política española a una temperatura tan alta.

Una noche lo hicieron examinar en la comisaría a un coronel que estaba de visita, y que se había disfrazado de gaucho, y después de darle mil vueltas y de hacerle sacar la lengua y blanquear los ojos, dijo que era ladrón, asesino e incendiario. ¡Y sería no más, pues! ¡Hay tantos diablos que parecen santos!

Nada de particular halló don Silvestre por las calles, fuera del ruido de los carruajes y del incesante movimiento de la gente. Teníale el estrépito ensordecido, y tan atolondrado, que tropezaba con todos los transeuntes, y rompió siete cristales de otros tantos escaparates por huir de los coches, pensando que le atropellaban.

Pero, alma de Dios repuso la otra , si aún no hemos cumplido los veinte años, y no hace uno que andamos por el mundo, ¿cómo hemos de conocerle con tantos pelos y señales? ¿Qué sabes todavía cuál es bueno ni cuál es malo, tratándose de hombres y de mujeres?

Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. iii Si todo lo que les pasa a las personas superiores mereciera una efeméride, es fácil que en una hoja de calendario americano, correspondiente a Diciembre del 73, se encontrara este parrafito: «Día tantos: fuerte catarro de Juanito Santa Cruz.

Tenía los ojos hinchados por una humedad lacrimosa que hacía brillar sus córneas. Juraba entre dientes, protestando contra la próxima separación... ¡No verse más, después de tantos años de fraternidad!... ¡Cristo!... El capitán tuvo miedo también á que saltasen sus lágrimas, y le ordenó que fuese á hacer las cuentas de los hombres á bordo.

Mi familia ha terminado. ¡Tantos jóvenes que había en ella!... La vida es rara. Transcurre el tiempo sin que surjan sucesos extraordinarios, y de pronto, las horas valen meses, los días son años, y pasan en unos minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos. ¡Todos muertos! Sólo queda mi sobrina Mary, la enfermera.