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La disentería pútrida reclama el uso de arsénico, lo mismo que la hematémesis, la melena y las hemorragias pasivas ó pútridas con calor quemante general ó local y ansiedad estremada. Estas afecciones requieren tambien á veces los ácidos fosfórico y clorhídrico, el carbon vegetal, ó la nuez vómica. § VII. Estado subagudo. Efectos fisiológicos y terapéuticos.

La Gorgheggi dijo: Bonis, siempre fuiste un imbécil. Tu hijo... no es tu hijo. ¡Serafina! Y no pudo decir más el pobre Bonis. También él perdía la voz. Lo que hizo fue apoyarse en el altar de la capilla oscura, para no caerse. Como él no hablaba, Serafina tuvo valor para añadir: Pero, hombre; todo el mundo lo sabe... ¿No sabes de quién es tu hijo? ¡Mi hijo!... ¿De quién es mi hijo?

Lleno de despecho tomó su sombrero y bajó con las tres ilustres ruinas, que se llevaron una de las llaves de la casa, dejando á Clara la consigna de no salir del cuarto. Elías, que quedaba también en la casa, tenía la otra llave. No hacía cinco minutos que las Porreñas navegaban hacia la calle de San Mateo, cuando llegó el abate Carrascosa muy presuroso y tocó á la puerta. Elías bajó á abrirle.

El entierro no había sido menos ostentoso. Detrás del carro fúnebre, teatral y ridículo artefacto, también el duelo, a pie, salpicado de grandes uniformes; después, la interminable fila de carruajes, con casi otras tantas libreas diferentes, desde las de los «cuerpos colegisladores», hasta la de don Mauricio el Solemne; y, por último, a uno y otro lado de la fila, otras filas más espesas y compactas de curiosos desocupados, y en todos los balcones de la carrera más espectadores y espectadoras en apiñados racimos.

12 Se secó la vid, y pereció la higuera; el granado también, la palma, y el manzano; se secaron todos los árboles del campo; por lo cual se secó el gozo de los hijos de los hombres. 13 Ceñíos y lamentad, sacerdotes; aullad, ministros del altar; venid, dormid en cilicio, ministros de mi Dios; porque quitado es de la Casa de vuestro Dios el presente y la libación.

Han quebrado dos establecimientos de comestibles, de los que usted conoció, y se ha cerrado otro. Quedan otros tres: uno de ellos en la Costanilla, otro en la Campada y otro en la plazoleta del Maravedí. De tabernas no hablo, porque se supone que abundan. »También ha habido alguna merma en el ramo de pañeros. Por de pronto, la antiquísima y afamada Perla de Ezcaray, ya no existe.

Sin duda, la falta de fe y la corrupción del siglo presente provocan el desdén hacia nosotros de todos los espíritus puros de más limpia y noble naturaleza; sin duda que ahora, como al declinar el paganismo decía el poeta gentil, puede decir también el poeta cristiano: Quare nec tales dignantur visere cœtûs. Nec se contingi patiuntur lumine claro.

¡También Fulano! Y como cuando en los días sombríos de epidemia, al pasar por las calles desiertas y ver el fúnebre convoy de los apestados camino del cementerio, la terrible idea de la muerte viene con la pregunta: ¿Me tocará a mañana el turno?

»Y Lotario prosiguió diciendo: »-Paréceme, ¡oh Anselmo!, que tienes ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles, intelegibles, demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y, cuando esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, háseles de mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y, aun con todo esto, no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de mi sacra religión.

Entre las diversas figuras que surgen alternativamente, encuéntrase también la Virtud, que intenta arrancar á Ulises de los brazos de la encantadora; Circe hace nuevos conjuros, y evoca terribles apariciones para ahuyentar á su enemigo; pero ésta obtiene al cabo el triunfo, y al caer Ulises en sus brazos, el encanto se desvanece, el palacio con sus habitantes se hunde por un terremoto, y los encantados recobran sus primitivas formas.