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De Dios fué mui venturoso aquel dia sin dubdanza en cobrar tal alegranza deste rei tan poderoso: por merced del pavoroso este gran señor cobraste, Castilla, que deseaste noble rei é generoso. De reyes de tal natura cïerto en toda partida, de realeza complida non nasció tal criatura. Con beldad é fermosura non es visto en lo poblado, nin tan bien aventurado. ¡Dios le buena ventura!

Y tal valor concedía el Senado a tales descubrimientos, que guardaba como un secreto de Estado la ruta de los navegantes, viendo en las tierras lejanas un seguro refugio para su pueblo si una guerra infortunada hacía necesaria la expatriación.

Camacho clamaba: Tal fama de rico me distéis al describir mis bodas, que no hay en veinte leguas a la redonda pobre que no me pida... Y si le doy mucho, no me lo aprecia; si poco, se retira descontento; si nada, me acusa de tacañería y maldad... ¡Flaco servicio os debo, señor de Cervantes!

Reina entonces tal confusión en las escenas, sin espacio ni facilidad para coexistir las unas al lado de las otras, que se anulan recíprocamente; por admirable que sea la riqueza de hechos y de pinceladas, cuando se consideran en , se estorban, y son demasiado heterogéneas para juntarse y componer un todo perfecto. Sus obras religiosas é históricas son las más propensas á estas faltas.

Respondíle con toda la altivez que me inspiraban mi alta gerarquía y mis afectos, habiendo oido decir toda mi vida que las personas de mi dignidad las habian dotado los cielos de tal grandeza, que con una palabra y un mirar de ojos confundian en el polvo de la nada á quantos temerarios eran osados á apartarse un punto del mas reverente acatamiento.

¿Por mucho tiempo? No lo . Don Juan sintió posarse en sus hombros los brazos desnudos de la enamorada y oyó estas palabras, que le hicieron experimentar una indefinible confusión de miedo y de placer. ¡Juan mío, por lo que mas quieras en el mundo, no me dejes! ¿Cómo hablar, en tal momento, de intereses? ¿Qué va a ser de ? seguía ella . No tengo miedo al porvenir.

En su concepto su apadrinado era el ofendido, y como tal tenía derecho a la elección de armas: debían, a mayor abundamiento, servirse de las espadas o pistolas que, a prevención, habían llevado Felipe y él.

Todos los tertulianos murmuraban por lo bajo de la impostura y de la desvergüenza, que por tal la tomaban, del Conde, de doña Beatriz y hasta del excelente don Braulio, en quien, merced a la fama que iba adquiriendo de pasarse de listo, no había persona que supusiese candidez e ignorancia, sino notorio y ruin disimulo. Quien más extremaba y propagaba esta mala opinión era Arturo, el poeta.

Y tal estado de su espíritu no cambió cuando la gran concurrencia apiñada salió de la sala, haciendo bulliciosos comentarios que la aturdían, y demostrando un contento que resplandecía por igual en todas las caras. Se encontró con amigas. Tuvo que mezclarse a sus conversaciones, responder a las preguntas y a las alusiones gentiles; algunas le daban bromas con Muñoz, otras con Julio.

Tal vez no quiere salir á la calle; tal vez ha renunciado para siempre á vivir en la misma ciudad que el poeta y su «loca de la casa».