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Vió todo lo que arriesgaba y, para gloria suya, se decidió por el peligro, cuando no tenía más que pronunciar una palabra para asegurar su tranquilidad. Un hermoso movimiento de su ánimo pudo más que todo.

Mujeres vio muchas, a oscuras aquí, allá iluminadas por la claridad de las tiendas; mas la suya no parecía. Entraba en todos los cafés, hasta en algunas tabernas entró, unas veces solo, otras acompañado de Villalonga.

Está usted de enhorabuena, compadre, ¿Ve usted el tiempo que Isabel y yo nos queremos? Pues todavía no he recibido carta suya. El genio de la intriga volvió a arder en espíritu. Me propuse proseguir al día siguiente la que tenía comenzada.

No quería decir que la suya lo fuese, mas si algún amigo se lo había dado a entender o si él mismo había encontrado en ella algo que le hiciera dudar de su fracaso, tenía por seguro que estorbaría su representación. Todos se asombraron de tal ruindad y la deploraron: algunos le propusieron que retirase su manuscrito del Español y lo llevase a otro teatro.

Es inútil apartar los ojos y paralizar la memoria; se les encuentra en todas partes, tienen ocupadas todas las avenidas de nuestra existencia, y nos salen al paso para recordar sus beneficios, obligándonos a una gratitud envilecedora. ¡Qué servidumbre!... La casa en que vivimos la construyeron los muertos; las religiones ellos las crearon; las leyes que obedecemos las dictaron los muertos, y obra suya son también nuestras pasiones y nuestros gustos, los alimentos que nos sostienen, todo lo que produce la tierra roturada por sus manos, que ahora son polvo.

Supo el mal, y tomóla y aderezó una melecina, y haciendo llamar una vieja de setenta años, tía suya, que le servía de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas.

Cuando encontraban una saltadera, el muchacho saltaba primero y alargaba su gran mano endurecida á la condesa, que sumía dentro de ella la suya breve y fragante como un botón de rosa.

No hay ser mas venturoso, decia, que el filósofo que estudia el gran libro abierto por Dios á los ojos de los hombres. Las verdades que descubre son propiedad suya: sustenta y enaltece su ánimo, y vive con sosiego, sin temor de los demas, y sin que venga su tierna esposa á cortarle las narices.

La voz pura y fresca que decía: «¡Kernok, Kernok míoera la suya; ¡cómo no había de ser dulce su voz! ¡Era tan linda con sus facciones delicadas y finas, sus grandes ojos velados por largas pestañas, sus cabellos castaños y sedosos que se escapaban por debajo de las anchas alas de su sombrero, y aquel talle tan esbelto y frágil que dibujaba un vestido de tela azul, y aquella actitud tan viva y tan graciosa! ¡y cuando marchaba libre y desembarazada, con el cuello erguido, la cabeza alta! ¡Ah! ¡qué salero! únicamente que su rostro parecía dorado por un rayo de sol tropical.

A falta de su mujer, Bonis se contentó con su humilde lecho de soltero, en aquella alcoba suya, testigo de tantos pensamientos, de tantos sueños, de tantos remordimientos, de tantas penas y humillaciones devoradas entre sollozos.