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No podía sufrir que la ropa interior de su hermano fuese en unión con la suya cuando la lavandera la llevaba o la traía. Si aquél le entregaba unos pantalones para que le cosiera un botón, cumplido el encargo corría a su cuarto y se lavaba bien las manos, y aun dicen que se echaba en ellas algunas gotas de agua bendita.

Este la examinó atentamente y nada sacó en limpio. Dicha carta estaba fechada en el Havre, donde residía el señor de Courval; la letra, que no era suya, la desconocíamos por completo... pero Arturo lanzó de pronto un grito de sorpresa, y se puso pálido como un muerto, al fijarse en el sello medio roto: era el de Judit.

A aquellas les ponían delante que no podían perderse en aquella ley en que había salvado Abraham y que había publicado con tantos milagros Moisés; como si se negara en la Iglesia la ley, que la naturaleza imprime en los corazones de todos, que es precisamente la que escribió en las tablas primero el dedo de Dios y después por orden suya Moisés.

Luciana estaba muy pálida y sus ojos irritados indicaban un largo insomnio. Me tomó la mano, la conservó en la suya, cuyo calor me quemaba a través de mi guante, y me dijo: Gracias por haber venido... Es usted buena, Elena, y se puede fiar en usted, ¿no es verdad? Sus ojos me miraban como si buscasen mi alma en el fondo de los míos.

Muchas mujeres, en horas de confianza, le habían revelado la emoción, la curiosidad y el deseo que sintieron al verle por vez primera en el redondel. La mirada de doña Sol no se bajó al encontrarse con la del torero; antes bien, permaneció fija, con una frialdad de gran señora, obligando al matador, respetuoso con los ricos, a desviar la suya.

El sol se ponía lentamente en medio de la tranquilidad otoñal del paisaje. De improviso el marqués soltó una carcajada. Era su risa, como suya, vigorosa y pujante, y, más que comunicativa, despótica.

Pronto como el rayo atacó á su vez, mas la espada de Tránter apartó violentamente la suya y continuando su giro descargó otro tajo terrible, que si bien fué parado á tiempo, sobrecogió á los espectadores amigos de Roger.

Murmuró algunas palabras incoherentes y alargó la mano... Otra mano tomó la suya. Amaury abrió los ojos y lanzó un grito de terror. Una mujer estaba a su lado. ¡Magdalena! exclamó. ¡Ay! no respondió una voz; es Antoñita.

¡Choque usted, Núñez: eso mismo he pensado yo siempre! exclamó Enriqueta Atienza alargando su copa que Gustavo se apresuró a tocar con la suya.

Envié en busca suya, y encontraron que su puerta estaba cerrada; llamamos, y nadie contestó. Forzada la cerradura, viose que su estancia estaba desierta.