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Lancéme hacia allá, sacudiendo con los talones los ijares del potro, y galopé mucho tiempo por el descampado. De repente, el caballo y yo rodamos en un surco blando. Era una laguna; mi boca se llenó de agua pútrida, y mis pies se enredaron en las fofas raíces de los nenúfares. Cuando me levanté vi al caballo corriendo muy lejos, como una sombra, con los estribos al viento.

Todas miraban con respetuosa ternura al párvulo triste y hermoso que no había cumplido aún doce años y parecía llevar en la frente el surco de misterioso pesar. Todas rivalizaban en complacerle, en agasajarle. Durante el trabajo, entre el zumbo de las ruecas, se hablaba de cosas fáciles que él comprendía, y, casi siempre, al anochecer, se contaban historias.

Y así estuvo hasta cerca del amanecer, cortando, aplastando con locos pataleos, jurando á gritos, rugiendo blasfemias; hasta que al fin el cansancio aplacó su furia, y se arrojó en un surco llorando como un niño, pensando que la tierra sería en adelante su cama eterna y su único oficio mendigar en los caminos.

A este surco siguen otros, y otros más, que rayan la superficie de las rocas y se unen en quebradas, las cuales convergen á un círculo, desde donde, por una serie escalonada de desfiladeros y de hoyas, corren las nieves y bajan las aguas del valle. Allí, en un suelo pendiente apenas, ya aparecen los prados, los grupos de árboles domésticos, los caseríos.

El surco está abierto y la simiente en sus entrañas. ¡Germinal! Así gritó un amigo mío de destierro cuando en España vio el último rayo de sol desde el tablado del patíbulo.... Voy a morir, y me creo con derecho al descanso por unos meses.

En resumidas cuentas, estaba triste, desengañado, ni más ni menos que su compañero Secades; él, sin ilusiones, de vuelta ya de la gloria, yacía en el mismo surco de resignación fría y amarga en que se había acostado Secades, camino de la celebridad. Todo era igual: no haber subido al templo de la Fama y estar de vuelta.

Cayeron sobre el encorvado espinazo del viejo, que estaba, como siempre, con la azada en las manos y la vista en el surco. Cumplía su destino con la indiferencia y el valor de un disciplinado soldado de la miseria. Trabajar, trabajar mucho, para que no faltase la cazuela de arroz y la paga al amo.

Hubo un momento en que me pareció ver volar como hojas sueltas entre una nubecilla de humo, aun cuando en los alrededores no había árbol alguno. Pero el viejo macho me dijo que eran plumas, y efectivamente a cien pasos frente a nosotros un hermoso perdigón gris cayó dentro de un surco, doblando su cabeza ensangrentada. Cuando ya el sol quemaba en lo alto, cesó repentinamente el tiroteo.

Pero los Febrer eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!... Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le entretenía madó Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas olvidadas, pero que habían abierto hondo surco.

La cuadra semeja un granero después de vendida la cosecha, y su olor habitual de vejez y de encierro se levanta aún más intenso de aquella desvastación. Sin embargo, los antiguos retratos de los Aguila han sido suspendidos nuevamente de la pared. Ramiro medita. Doble surco sombrío arruga su entrecejo.