United States or Ethiopia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Cuando en 1681 reemplazó el excelente duque de la Palata al arzobispo Cisneros, don Baltasar de la Cueva, absuelto en el juicio, presentó su Relación de mando, fechada en el pueblecillo de Surco, inmediato a Chorrillos, que es una de las más notables entre las Memorias que conocemos de los virreyes.

Eran dos árboles más, dos plantas de aquel pedazo de tierra no mayor que un pañuelo, según decían los vecinos , y del cual sacaban su pan a costa de fatigas. Vivían como lombrices de tierra, siempre pegados al surco, y la chica, a pesar de su desmedrada figura, trabajaba como un peón.

Á esto se reducía el Arte de Navegar cuando Colón salió de Palos con ánimo asombroso de llegar á la India Oriental por Occidente. Se ha investigado ya la forma de las naves que desde el puerto de Palos abrieron en el Océano el primer surco hasta las Antillas el año afortunado de 1492; la capacidad del vaso; la proporción de sus miembros; la arboladura y velamen que servían á la moción.

En el mar el sol trazaba un surco de oro que, semejante a un camino luminoso, empezaba a sus pies, para perderse en la inmensidad; les pareció el símbolo de la senda que se abría para ellos y que seguirían en adelante. Una emoción intensa los embargaba.

Durante la noche se realizó todo como era mi deseo. Separose la nieve amontonada sobre el surco de la muerte, y encontramos a tientas, entre otros, el ataúd que buscábamos. Filiberta, que era quien había amortajado a su querida señora, la reconoció. Ella misma abrió el ataúd a la luz de unos cirios para que pudiera yo entrever aquel rostro dormido.

Tenía ante sus ojos un fragmento de periódico, y copiaba las líneas con la ayuda de un tintero de bolsillo lleno de agua ligeramente ennegrecida, y de una pluma roma que trazaba los renglones con la misma paciencia del buey al abrir el surco. Zarandilla, que estaba al lado de don Fernando, le habló del muchacho. Es el Maestrico. Ansí le llaman, por su afición a libros y papeles.

En la memoria de Gabriel habían abierto un surco hondo, una herida profunda que no se cerraba, que se estremecía con el más leve recuerdo, turbando su calma, haciéndole temblar con el escalofrío del terror. Se había apoderado de la sociedad la locura del miedo y atrepellaba leyes y respetos humanos para defenderse.

Efectivamente, la otra mañanita, al rayar el alba, que me llamaban muy bajito dentro del surco... Rojillo, Rojillo. Era mi viejo macho. Miraba de una manera extraña. Vente en seguida me dijo, y haz lo que yo. Lo seguí medio adormilado, deslizándome por entre los terrenos, sin volar, sin saltar casi, como un ratón.

Al nido, al humilde surco, á los pequeñuelos que la contemplaban dirigía visiblemente su canto agreste y sublime: hubiérase dicho que con su armonía se hacía la intérprete del espléndido sol, de la gloria do se cernía, sin orgullo, y que animaba á sus pequeñuelos diciéndoles: «¡Subid, hijitos míos

Destacábase en el pórtico, secular cancerbero, una Esfinge de piedra, ¡una viva y rugiente Esfinge de piedra!... En vez de proponernos cuestiones insolubles para devorarnos si no las resolvíamos, como a Edipo y a tantos otros mortales, huyó a nuestra vista arrastrando el rabo. Un rabo tan pesado, que hacía un surco en la tierra que se dijera el lecho seco de un torrente.