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El buen Sancho se refociló tres días a costa de los novios, de los cuales se supo que no fue traza comunicada con la hermosa Quiteria el herirse fingidamente, sino industria de Basilio, esperando della el mesmo suceso que se había visto; bien es verdad que confesó que había dado parte de su pensamiento a algunos de sus amigos, para que al tiempo necesario favoreciesen su intención y abonasen su engaño.

Aquella vida por partida doble y los manejos en que un hombre de mundo sabe envolver sus placeres, hicieron pronto brecha en su capital. Nada cuesta más caro en París que la sombra y la discreción. El duque era demasiado gran señor para detenerse en su camino. Nunca supo negar nada a su esposa ni a la de los otros.

Quieren decir que supo muchas cosas que después se olvidaron; unas han vuelto a descubrirse; otras quizá no se descubran nunca de nuevo.

Y como ella jamás desechaba la gratitud ni la amistad, aunque desechase el amor, todavía, al despedir resueltamente al gaucho por medio de Madame Duval, conservaba por él estimación y afecto. Sólo cuando supo la tragedia de la Tejuca, obra sin duda del injustificado rencor de Pedro Lobo, su amistad y su estimación hacia él se trocaron en aborrecimiento.

Miranda reunió cuanta energía supo en voz y actitud y dijo al animoso cazador: Pero mira que Lucía y yo habíamos decidido emprender la vuelta para España... dentro de dos o tres días, a lo sumo... y como Pilar está así, delicada... tu presencia es necesaria aquí.

Á la pobre Laura se le encendió el rostro. Quedó confusa y temblorosa, y no supo más que decir mientras trataba de sustraer su mano á las apasionadas caricias del mayordomo: ¡No, eso no... eso no! Lo que cuesta un perro de caza.

Los ímpetus salvajes, las convulsiones violentas, volvieron entonces a asaltarlo; pero ¡cosa extraña! no se apoderaron inmediatamente de su alma, cuya capacidad sentimental pudo probarse y medirse por esto; que supo refrenarse y se resignó a la idea de que su esposa del corazón estaba en brazos de otro.

Se acordaba de la juventud del gran mago, de su primera mujer, Mina Planer, hacendosa y burguesa, que seguía la carrera de cantante como un oficio, pero que supo facilitar la producción creadora de su esposo defendiéndolo de los acreedores, organizando un hogar modesto que sin ella no habría tenido jamás el gran músico.

El caso fué que mi madre recibió una carta de Cádiz, en la que decían que era conveniente que yo volviese cuanto antes. Allí nadie me supo decir quién había escrito esta carta. Todavía faltaba cerca de un mes para la salida de la fragata Maríbeles, donde tenía que embarcar. Siempre me inspiró más temor que otra cosa. Yo no sospechaba el estado de la Shele.

Criome lo mejor que supo, y en darme toda la educación que se podía dar entonces en España, consumió el poco caudal que la dejara mi padre.