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El judío y el moro, vagando silenciosos y como soñadores por las calles de Gibraltar, con sus vestidos pintorescos y sucios, sus capuchones y turbantes, sus piernas desnudas y sus anchas sandalias, parecen estar evocando allí todas las tradiciones orientales y la historia de dos razas proscritas.

El mísero rebaño pasó ante doña Manuela con triste chancleteo, y la señora no pudo reprimir un movimiento de repulsión ante aquellas cabelleras greñudas y encrespadas que servían de marco a rostros escuálidos y sucios, en los que la piel tomaba aspecto de corteza. ¡Gran Dios, qué gente!

Los había de varias razas y tamaños, todos sucios, con los ojos amarillentos y una baba rabiosa en los colmillos: animales casi salvajes, que sólo de tarde en tarde veían llegar algún pobre, y sentían feroz extrañeza ante Isidro, irritados por su exterior de hombre de ciudad. No ladraban.

Alrededor de esta mujer había, sentados en el suelo, dos chicos y una muchachuela, tan sucios y mal ataviados como ella, de quien eran dignos vástagos. El cortejo fué penetrando acompasadamente en la sala. Los hombres formaron una línea contigua á las paredes, y las mujeres otra, algunos pasos más al centro.

Feli los contempló con ojos amorosos; sentía deseos de abrazarse a ellos, de comerse a besos sus hociquillos sonrosados y sucios, como si fuesen una imagen de la vida triunfadora, invadiendo el rincón del olvido. Maltrana, bajo la influencia de este ambiente melancólico y dulce, hablaba a Feli de sus ideas.

Navegó en barcos sucios, viejos y alegres, donde los tripulantes soltaban todas las velas al temporal y luego de embriagarse se dormían confiados en el diablo, amigo de los bravos, que los despertaría á la mañana siguiente. Vivió en buques blancos, silenciosos y limpios como una casa holandesa, cuyos capitanes llevaban con ellos á la esposa y los hijos.

Son muy sucios y el pelo se lo dejan crecer sin cortarlo jamás, así es que cuando las mujeres, efecto de la edad, se abandonan en lo que al cuido personal respecta, parecen verdaderas furias. Las prendas de su uso consisten en un jabul corto que no les llega á las rodillas las mujeres, y taparrabos los hombres.

Cuando volvía de la Segada después de haber pasado algunas horas cerca de ella y entraba por los sucios arrabales de Vegalora, nuestro señorito dejaba escapar siempre un suspiro y se pasaba la mano por la frente. Allí se rompía el encanto. La nube brillante que le envolvía durante el camino volaba á unirse con las que el sol besaba antes de morir.

¡Al fin llegó tu hora, querida!... Así debe ser: la mujer siempre muy alta... ¿Qué se creen esos tíos? ¿Que porque somos buenas y callamos la mitad de las veces por evitar disgustos se nos ha de tratar como trapos sucios?... ¡Que se limpien!... Ya que le tienes bajo el pie, aprieta, hija, no temas; cuantos más sofocones le des más suavecito lo tendrás... Esos malditos hombres son así...

Las calles veíanse continuamente llenas de muchachos que, sucios, andrajosos y hambrientos, crecían abandonados á sus instintos, sin que ni las autoridades eclesiásticas ni las civiles, ni otras corporaciones, se cuidasen de atender á ellos, apesar de que de tan pingües rentas disponían.