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Como todos ellos estaban acostumbrados á que los viajeros que llegaban á la Presa no llevasen otro equipaje que la llamada «lingera», saco de lona donde guardaban su ropa, se asombraron al ver la cantidad de baúles y maletas del coche-correo, vieja diligencia tirada por cuatro caballos huesudos y sucios de lodo.

Y procuraba librar su traje de sucios contactos al abrirse camino entre una muchedumbre de gentes mal vestidas y entusiastas que se agolpaban a la puerta del hotel. No tenían dinero para ir a la corrida, pero aprovechaban la ocasión de dar la mano al famoso Gallardo o tocar siquiera algo de su traje.

La provincia que nos ocupa tiene una gran masa de población, y aunque su criminalidad no es mucha, siempre hay que contar entre los detenidos por el Gobierno, juzgado y administración, y los que extinguen condena, con unos 150 á 200 individuos por término medio, amontonados en los sucios sótanos de aquella cárcel.

Vámonos cuando quieras... Mi cuarto es una cuadra comparado con éste; pero considera que allí entran los perros, los gatos, el jardinero con los zapatos sucios, el cochero con el olor de la cuadra y en fin todo bicho viviente... No es mía la culpa...

A las ocho, después de servir á todos sus clientes, Pepeta se vió cerca del barrio de Pescadores. Como también encontraba en él despacho, la pobre huertana se metió valerosamente en los sucios callejones, que parecían muertos á aquella hora. Siempre, al entrar, sentía cierto desasosiego, una repugnancia instintiva de estómago delicado.

Escondería la existencia de ella en el rincón más obscuro de su corazón. Pero ella iría a turbar, su felicidad; iría cubierta de harapos sucios, con su rostro demacrado que antes no cedía en belleza a ninguno; iría con su hijo, que tenía los ojos y los cabellos de su padre, a declararle al squire que era la mujer de su hijo mayor.

Es verdad. El pueblo español forzosamente ha de ser así. Creyó a ojos cerrados en sus reyes y sacerdotes como únicos representantes de Dios, y se moldeó a su imagen y semejanza. Su alegría es la del fraile: una alegría grosera, de chistes sucios, palabras gruesas y carcajadas como regüeldos.

Dentro de una habitación caleada, pero negruzca ya por todas partes, y donde apenas se filtraba luz al través de los vidrios sucios de alta ventana, vieron las dos muchachas hasta veinte hombres vestidos con zaragüelles de lienzo muy remangados y camisa de estopa muy abierta, y saltando sin cesar.

Todos estaban convencidos de que iban a salir inmediatamente, pero les indignaba que transcurriesen unos minutos sin nuevas carnicerías. El toro permanecía aislado en el centro del redondel, soberbio y mugidor, levantando los cuernos sucios de sangre, ondeándole las cintas de la divisa sobre su cuello surcado de rasgones azules y rojos.

El fogón sólo tenía algunas ascuas; los cacharros, sucios de chocolate, estaban ocultos en el rollo de las colchonetas. La más vieja de la familia le tendía algunas monedas entre suspiros de desaliento. Toma, Joselillo, una plañí decía . No tenemos más; te debo dos reales, que te daré mañana. ¡Ay! ¡Estamos muertecitos de jambre!...