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Al fin, la condesa volvió la cara hacia Pedro y le dirigió una tierna sonrisa. Después aproximóse más á él y reclinó la cabeza sobre su fornido pecho, sin dejar de contemplar en silencio el espectáculo sublime de la Naturaleza. Mas en aquel instante escucharon pasos á su espalda y se volvieron con presteza. El señorito Octavio estaba delante de ellos.

Presume que es un libro de memoria, Aquel puesto en vitela encuadernado, Con letras de oro para mayor gloria: Elegante, gracioso y no cansado, Y que debiendo estar entre cristales Recogido, le goza el más cuitado. Allí en cuatro horas, y esto no cabales, Se recopilan con sublime acento Las cosas que nos dan largos anales.

«¡In illo tempore!»... continuó... En aquel tiempo se promulgó un edicto mandando empadronar a todo el mundo. Cuando llegó a los pastores que estaban en vela, cuidando sus rebaños, don Cayetano recordó su grandísima afición a la égloga y se enterneció muy de veras. Más enternecida estaba la Regenta, que seguía en su libro la sencilla y sublime narración. «¡El Niño Dios! ¡El Niño Dios!

Tocábale aquel año dedicarse a la sublime ciencia del cálculo, y había obtenido ya, por orden de su profesor, la medida del campanario del pueblo, con un error aproximado de dos kilómetros; aquel día proponíase nada menos que determinar el radio de una esfera, y sacó con toda diligencia el libro de texto, la caja de compases y el blanco papel inmaculado en que había de desarrollarse el importante cálculo.

Sería por el estado excepcional de mi espíritu o por obra de un agente externo cualquiera; pero es lo cierto que a me pareció que aquella nota final estampada en el cuadro por el Cura de Tablanca, rayaba en lo sublime.

Pensaba en las armonías del mundo y veía que todo era bueno, según su género. La idea de Dios, la emoción profunda, intensa que le causaba la evidencia de la divinidad presente, no se deslucían, no se borraban; pero Dios ya no se le aparecía en la idea de su soledad sublime, sino presidiendo amorosamente el coro de los mundos, la creación infinita.

Pero sucedió que insensiblemente se fué encariñando con uno de ellos que la mimaba mucho y le oía resignado los nimios escrúpulos de su conciencia. Lo que al principio no fué más que simpatía, llegó á ser amor vehemente, pero sublime de pureza. Toda la ternura de esposa y de madre, reconcentrada en el corazón de la viejecita, brotó de pronto como una fuente impetuosa, inundándola de felicidad.

Era necesario una nodriza. Por falta de una, Blanca había perdido un baile del club y otro baile particular y hacía semanas que se limitaba a sus excursiones íntimas con la madre. Estaba desolada y con un humor irascible. El pobre tío pagaba aquellas intemperancias que le eran tan propias. No era capaz aquella mujer de comprender el amor de madre en toda su sublime expresión.

Su vida es del uno para el otro, sin relación con la mía, y para vale la muerte. ¡Soledad! Mal hecho. Aquí todos son amigos. Esos pequeños seres no se comunican con el hombre, pero trabajan para él. Pónense de acuerdo con su sublime padre, el Océano, que habla por ellos. Hácense oir por medio de su órgano atronador.

Esta horrible tragedia es sublime por la pintura de afectos, y de singular interés por el enlace recíproco y verdaderamente dramático de sus distintas escenas.