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La inquietud convirtióse en terror; se miraron unos á otros sin decirse una sola palabra. S. E. quiso levantarse, pero temiendo lo atribuyeran á miedo, se dominó y miró en torno suyo. No había soldados: los criados que servían le eran desconocidos. Sigamos comiendo, señores, repuso, ¡y no demos importancia á una broma! Pero su voz, en vez de tranquilizar, aumentó la inquietud; la voz temblaba.

Lo comprueban muchas de sus disposiciones. Ningún naviero podía recibir pasajeros a bordo, si previamente no exhibía una cédula de constancia de haber confesado y comulgado la víspera. Los soldados estaban también obligados, bajo severas penas, a llenar cada año este precepto, y se prohibió que en los días de Cuaresma se juntasen hombres y mujeres en un mismo templo.

Este accidente consternó mas y mas el ánimo del tirano, y determinó huirse sin pasar por Tinta, y antes de poner en práctica esta resolucion, escribió á su muger en los términos mas pateticos y melancólicos, diciéndules: vienen contra nosotros muchos soldados y muy valerosos, no nos queda otro remedio que morir.

Wolsey se engaña al interpretar falsamente aquella profecía que se le había hecho de que una mujer sería la causa de su ruína, creyendo que esta mujer era Catalina; él mismo ha dado fuerza y valor á su enemiga. Enrique lo despide ignominiosamente de la corte, y confisca sus bienes y tesoro en beneficio de los soldados, á quienes trató tan mal. Posesión campestre de la reina divorciada Catalina.

En una isla donde había quinientos mil, «vio con sus ojos»los indios que quedaban: once. Eran aquellos conquistadores soldados bárbaros, que no sabían los mandamientos de la ley, ¡y tomaban a los indios de esclavos, para enseñarles la doctrina cristiana, a latigazos y a mordidas!

Entonces apareció por el arco del convento de San Francisco un gran número de frailes en procesión con velas encendidas, llevando en alto un crucifijo, y los cuales, venciendo la resistencia de los soldados, se abrieron paso con dificultad y subieron al tablado con priesa, arrodillándose ante el sastre pidiéndole con sentidas expresiones que perdonara á los culpables.

Por él escaparon las dos galeotas de Uluch-Alí; por él se retardaron los trabajos del fuerte, en que no quiso tomar parte, ya que lo hiciera para entorpecerlos; por él se retrasó el embarco de soldados, teniendo ocupados los esquifes en llenar sus galeras de aceite, lanas, frutas, ganados, con que se prometía comerciar y lucrarse, y con lo que las abarrotó y embarazó, imposibilitando la defensa en el combate, con mengua de su reputación, de su nombre y de lo que debía á su autoridad de General de las galeras de Nápoles.

Recuerdo todavía con qué extrañeza por vez primera una compañía de soldados tomar el baño en un río.

Viendo el Padre Lucas que era justa su demanda y que sus corazones estaban tan inclinados á lo bueno, hizo el día siguiente al romper del alba enarbolar una grande cruz, aunque mal compuesta de dos leños toscos atravesados y rodeado de muchos niños, mujeres y soldados hizo oración delante de ella, representando á Dios Nuestro Señor los méritos de la muerte de su Hijo Jesucristo que le recordaba aquella cruz, pidiéndole por ellos no se negase á su piedad paternal y á la grande necesidad de aquellos miserables, enviándoles una lluvia que no le costaría más que una insinuación de su voluntad para ganar aquellas almas por las cuales su unigénito Hijo había derramado su sangre sobre la tierra.

Andando en esto, encontró con el Sargento mayor Antonio Dávila, que venía hacia el castillo, y díjole que se fuese por 30 soldados y los llevase al caballero de la Cerda. Respondióle que, pues había Gobernador nuevo, hiciesen Sargento mayor también.