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Pensó en D. Juan Nepomuceno, y hasta entró en casa una noche con el propósito de pedirle cinco mil reales. «, no cabía duda, hubiera sido el colmo del heroísmo. Yo le he prometido a usted devolverle mil reales a las veinticuatro horas de recibidos, ¿eh? ¿No es eso? Pues bien; aquí me presento, a los ocho días, no a entregar esos cincuenta duros, sino a pedir cinco veces otro tanto». ¡Absurdo!

no estás destinado a ser militar sino en esta ocasión suprema, en que la patria necesita de todos sus hijos, desde el más alto al más bajo. Pero, señora madre, no soy nada y quiero ser algo insistió el joven, mostrando una energía que nadie hasta entonces le había conocido.

Debes fijarte, querido le decía con protección ilimitada, que las verdades de la fe no son contrarias a la razón, sino que están sobre ella. Lo contrario de lo verdadero, ¿qué es? Lo falso, ¿no es cierto? ¿Y cómo ha de tenerse por falso lo que está divinamente confirmado?

Los hombres y mujeres de mar de que se hace referencia en el siglo XVI, fueron vistos no sólo rápidamente en medio del líquido elemento, sino que se les trajo á tierra, se les paseó por ella, y vivieron en grandes centros de población tales como Amberes y Amsterdam, en los palacios de Carlos V y Felipe II, y por lo tanto estuvieron bajo las miradas de Vesale y de los primeros sabios de aquella época.

Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma.

No cuentan bastante con el pueblo, ni confían en él considerándole enervado por siglos de esclavitud y porque además el pueblo no combatiría para ser libre, sino para sacudir un yugo y someterse a otro yugo. Los brahmanes esperan con todo que el pueblo combata en favor de ellos, impulsado por el fanatismo religioso que procuran infundirle.

Amparo que solía empujar a Chinto, y no por vía de halago, bien lo sabe Dios, sino de pura rabia que le tuvo siempre. Si pudiese leer en el alma del paisano, adivinar cómo le hervía la sangre al acercarse a ella, le hubiera cobrado asco amén del odio inveterado ya. Para Amparo, hija de las calles de Marineda, ciudadana hasta la médula de los huesos, Chinto era un ilota.

Tal consideración me avergüenza y humilla, en vez de llenarme de vanidad; y, aunque no sea de silfos, sino de hombres como yo, el público que ha de leerme, todavía le presento con grandísima desconfianza este escrito, que no he tenido reposo, ni humor, ni tiempo para hacer más breve.

Me acordaba de todo lo que había leído, trataba de representarme al hombre detenido por la fortuna adversa, a su país cediendo más bien a fatalidades de raza que no a contrastes militares, descendiendo a la costa, no abandonándole sin pena, lanzándole un postrer adiós de desesperación y de reto, y bien que mal trataba de expresar lo que me parecía ser la verdad, sino histórica, lírica al menos.

Las dos proposiciones analizadas en el párrafo anterior confirman lo que acabo de decir: el ángulo no puede ser recto y no recto. Aquí la condicion del tiempo es necesaria porque la repugnancia no está entre el predicado y el sujeto sino entre los dos predicados. El ángulo puede ser recto ó no recto, con tal que esto se verifique en tiempos diferentes.