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Pero, señor Simoun, semejantes medidas pueden provocar disturbios, observó don Custodio, inquieto por el giro que tomaba el asunto. ¡Disturbios, ja ja! ¿Se rebeló acaso el pueblo egipcio alguna vez, se rebelaron los prisioneros judíos contra el piadoso Tito? ¡Hombre, le creía á V. más enterado en historia! ¡Está visto que aquel Simoun ó era muy presumido ó no tenía formas!

Basilio guiñando. La devota Hermana Penchang pensó que con aquel regalo la Virgen de Antipolo se ablandaría y le concedería su deseo más vehemente: hácia tiempo que le pedía un milagro ruidoso en que vaya mezclado su nombre para inmortalizarse en la tierra yendo al cielo despues, como la Cpna. Inés de los curas, y preguntó por el precio. Pero Simoun pedía tres mil pesos.

Simoun se sonrió tristemente. , , dijo sacudiendo la cabeza, mas, para que llegue ese estado es menester que no haya pueblos tiranos ni pueblos esclavos, es menester que el nombre sea á donde vaya libre, sepa respetar en el derecho de cualquiera el de su propia individualidad, y para esto hay que verter primero mucha sangre, se impone la lucha como necesaria... Para vencer al antiguo fanatismo que oprimía las conciencias fué menester que muchos pereciesen en las hogueras para que, horrorizada la conciencia social, declarase libre á la conciencia individual. ¡Es menester tambien que todos respondan á la pregunta que cada día les dirige la patria cuando les tiende las manos encadenadas!

Y hacer despues que se retire el decreto y revenderlas á un precio doble... ¡ ahí un negocio! Simoun se sonrió con su sonrisa fría, y viendo adelantarse al chino Quiroga dejó á los quejicosos comerciantes para saludar al futuro consul. Este, apenas le vió, perdió su espresion satisfecha, sacó una cara parecida á la de los comerciantes y medio se dobló.

A cada remedio que proponían, Simoun respondía con una sonrisa sarcástica y brutal: ¡Ca! ¡tontería! hasta que exasperado uno le preguntó por su opinion. ¿Mi opinion? preguntó; estudien ustedes por qué otras naciones prosperan y hagan lo mismo que ellas. ¿Y por qué prosperan, señor Simoun? Simoun se encogió de hombros y no contestó.

No tendremos necesidad de los arrabales, dijo: con la gente de Cabesang Tales, los excarabineros y un regimiento tenemos bastante. Más tarde, ¡acaso María Clara ya esté muerta! ¡Parta usted en seguida! El hombre desapareció. Plácido había asistido á esta corta entrevista y había oido todo; cuando creyó comprender algo se le erizaron los cabellos y miró á Simoun con ojos espantados.

Las armas de salon tienen casi todas seis milimetros de calibre, al menos las que existen en el mercado. ¡Se autoriza la venta solo para todos los que no tengan esos seis milimetros! Todos celebraron la ocurrencia de Simoun, menos el alto empleado que murmuró al oido del P. Fernandez que aquello no era serio ni se llama gobernar.

De una habitacion contigua salían ruidos de bolas chocando unas con otras, risas, carcajadas, entre ellas la voz de Simoun seca é incisiva: el joyero jugaba al billar con Ben Zayb. De repente el P. Camorra se levantó.

Llegó S. E., pero el joven no se fijó en él: observaba la cara de Simoun que era uno de los que habían bajado para recibirle, y leyó en la implacable fisonomía la sentencia de muerte de todos aquellos hombres, y entonces nuevo terror se apoderó de él. Tuvo frío, se apoyó contra el muro de la casa y, fijos los ojos en las ventanas y atentos los oidos, quiso adivinar lo que podía pasar.

El infinito es á veces desesperadamente mudo. Trataba el anciano de analizar la sonrisa triste é irónica con que Simoun recibió la noticia de que iba á ser preso. ¿Qué significaba aquella sonrisa? ¿Y la otra sonrisa, más triste y más irónica todavía, cuando supo que solo vendrían á las ocho de la noche? ¿Qué significaba aquel misterio? ¿Por qué se negaba Simoun á esconderse?