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¿Y el relicario de María Clara? preguntó Sinang. ¡Es verdad! exclamó el hombre, y un momento sus ojos brillaron. Es un relicario con brillantes y esmeraldas, dijo Sinang al joyero; mi amiga lo usaba antes de entrar de monja. Simoun no contestó: seguía ansioso con la vista á Cabesang Tales. Despues de abrir varios cajones dió con la alhaja.

Simoun desde un aposento de su casa que da al Pasig, dirigía la vista hácia la ciudad murada, que se divisaba al través de las ventanas abiertas, con sus techos de hierro galvanizado que la luna hacía brillar y sus torres que se dibujaban tristes, pesadas, melancólicas, en medio de la serena atmósfera de la noche.

¿Qué se dispone acerca de las armas de salon? preguntó el secretario aprovechando la pausa. Simoun asomó la cabeza. ¿Quiere usted ocupar el puesto del P. Camorra, señor Simbad? preguntó el P. Irene; usted pondrá brillantes en lugar de fichas. No tengo ningun inconveniente, contestó Simoun acercándose y sacudiendo la tiza que manchaba sus manos; y ustedes, ¿qué ponen?

Yo pensaba en usted, capitan... El partido de los violentos no pudo conseguir mucho del General, y echaban de menos á Simoun... ¡Ah! si Simoun no llega á enfermarse... Con la prision de Basilio y la requisa que se hizo despues entre sus libros y papeles, Capitan Tiago se había puesto ya bastante malo. Ahora venía el P. Irene á aumentar su terror con historias espeluznantes.

, se hizo socio para dar el golpe y matar á todos los españoles. ¡Ya! dijo Sensia; ¡ahora lo veo! ¿Cual? Ustedes no querían creer á tía Tentay. Simoun es el diablo que tiene compradas las almas de todos los españoles... ¡tía Tentay lo decía!

Entendido, señor Simoun, decía Cpn. Basilio; iremos á Tianì á ver sus alhajas. Yo tambien iría, decía el alférez, porque necesito una cadena de reloj, pero tengo tantas ocupaciones... Si Capitan Basilio quisiera encargarse...

Y como si adivinase su pensamiento, Simoun decía dirigiéndose á las familias que le rodeaban.

Movimiento de asombro en P. Sibyla quien vió al P. Salví estremecerse y mirar de reojo hácia Simoun. Porque no es nada galante, continuó Simoun con la mayor naturalidad, dar una peña por morada á la que burlamos en sus esperanzas; no es nada religioso esponerla así á las tentaciones, en una cueva, á orillas de un río; huele algo á ninfas y á driadas.

Basilio, dijo en voz baja, escúcheme usted atentamente, que los momentos son preciosos. Veo que usted no ha abierto los libros que le he enviado; usted no se interesa por su pais... El joven quiso protestar. ¡Es inútil! continuó Simoun secamente. Dentro de una hora la revolucion va á estallar á una señal mía, y mañana no habrá estudios, no habrá Universidad, no habrá más que combates y matanzas.

Cuando Quiroga y Simoun volvieron á la sala encontraron en ella á los que venían de cenar, discutiendo animadamente: el champagne había soltado las lenguas y excitaba las masas cerebrales. Hablaban con cierta libertad.