United States or Yemen ? Vote for the TOP Country of the Week !


Venían después las oraciones de pura devoción, y mientras duraban, las vecinas se sentaban en el suelo y las cuatro hermanas en sus sillas.

Si en el mismo instante y muy de sopetón su señorita tenía la destreza suficiente para coger un asador que muy cerca de su mano estaba y metérselo por los ojos, la cosa era hecha. No había allí más muebles que las dos sillas y el baúl. Ni cómoda, ni cama, ni nada. En la oscura alcoba debía de haber algún camastro.

Tan era así, que muchos días antes del baile ya había celebrado largas conferencias con Clementina acerca de este punto esencialísimo. Formóse el corro de sillas. Pepe Castro fué a sacar a Esperanza, que tomó su brazo de buen grado. Mas antes de dar un paso llegó el conde de Agreda. ¡Cómo, Esperancita! ¿No me había usted concedido el cotillón? preguntó sorprendido.

Y el capitán abandonaba su despacho que, por lo desarreglado y pobre, parecía un cuarto de marinería, sin más adornos que una mesa vieja, algunas sillas, un botijo en un rincón y algunas fotografías de buques en las paredes. Parecía imposible que allí se hablase de negocios que importaban millones.

Si yo me dedicara en Madrid a hacer sillas, mis paisanos creerían que las hacía para conseguir una cartera. Hago artículos, y no se imaginan que pueda hacerlos más que para trabajar mi nombramiento. En Galicia se admite el que uno sea original, pero no hasta el punto de ir a Madrid para no volver de ministro... Y, probablemente, mis paisanos tienen razón.

En estas y otras cavilaciones, llegó a casa; tan oportunamente, que se encontró en ella al joven Arturo en íntima conversación con Julieta, mientras doña Juana se hacía la desentendida, removiendo sillas y muñecos que estaban muy en su lugar. Señor don Arturo dijo sin otro ceremonial don Simón, al aparecer en escena , tengo que hablar con usted, a solas unas cuantas palabras.

Representaban unos á los Reyes de España, y otros eran de asuntos de devoción; pusiéronse faroles encerados y canceles ricos claveteados de tachuelas de latón doradas, colgaduras de terciopelo y tapicerias, invirtiéndose en el adorno de los aposentos siete bufetes, un escritorio, doce sillas de terciopelo bordadas, veinticuatro que no lo estaban, seis taburetes, «quatro payses» un sahumador y dos alfombras grandes.

Colocadas a ambos lados de la escalera, las cuadrilleras vigilaban para que el despejo se hiciese con orden; y sentadas ya en sus sillas, esperaban las maestras, más serias que de costumbre, a fin de proceder al registro.

Los amantes se alojaron en un extremo, como si viviesen en una casa aparte. Una de las puertas era sola para ellos. Ocupaban un gran salón, rico en molduras y dorados y pobre en mueblaje. Tres sillas, un diván viejo, una mesa cargada de papeles, de artículos de tocador, de comestibles, y una cama algo estrecha en uno de los rincones, eran todas las comodidades de su nueva instalación.

Pendientes de perchas y sobre varias sillas, se veían ropas de calle y de escena, resaltando entre éstas una faldilla de seda a listas de colores vivos y tan corta, que habría de dejar las piernas al descubierto. Encima de un baúl había un par de botas altas de raso blanco con cordones de oro.