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Dejemos escoger la ocasión a don Enrique y a don Diego, que, llegado el caso, todos estamos dispuestos a fijarlo por nuestras manos en el sitio que convenga. Las sillas resonaron. Todos se levantaban para marcharse. Tan pronto como el Canónigo se halló de nuevo en el aposento de su discípulo, exclamó con profético vozarrón: Todo esto habrá de concluir sobre un cadalso.

Estaba orgulloso de sus muebles traídos de Madrid, todos de sedas vistosas y complicadas tallas, pesados y opulentos, que parecían proclamar a gritos el dinero de su coste, y aquí sentíase desorientado viendo sillas ligeras y frágiles, blancas o verdes, mesas y armarios de líneas sencillas, paredes de una sola tinta, sin más adorno que pequeños cuadros repartidos a grandes trechos y pendientes de gruesos cordones, todo un lujo barnizado y sutil que parecía obra de carpinteros.

Algunos sillones antiguos, de encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo. «¡Ah, miseria!», volvió a pensar el mayorazgo.

39 y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; Estos recibirán mayor juicio. 41 Y estando sentado Jesús delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. 42 Y como vino una viuda pobre, echó dos centavos, que es un cuadrante.

No era muy escrupuloso el Marqués en materia de moral privada; pero una noche había entrado palpando las paredes para atravesar el salón y llegar al gabinete, cuya puerta estaba entornada; su mano tropezó con una nariz en las tinieblas, oyó un grito de mujer estaba seguro y sintió ruido de sillas y pasos apagados en la alfombra.

La carabana de ciudadanos de la Gran Bretaña se componia de diez ó doce individuos. Bajaban de las altas montañas, á donde habian ido á hacer una excursion, y venían á paso lento, caballeros en enormes y pacientes mulas, montados en sillas del país bastante rústicas y de notables dimensiones.

Cuando hubo llegado a la plaza, hace detener en medio de ella su coche, manda cesar el repique de las campanas, y arroja a la calle todo el amueblado de la casa que las autoridades han preparado para recibirle: alfombrado, colgaduras, espejos, sillas, mesas, todo se hacina en confusa mezcla en la plaza, y no desciende sino cuando se cerciora de que no quedan sino las paredes limpias, una mesa pequeña, una sola silla y una cama.

Esta vez respiramos libremente; y una hora después estábamos en la cubierta del Montoya, en cuyo centro una gran mesa, cargada de rifles, escopetas, remingtons, anteojos y rodeada de cómodas sillas, nos produjo la sensación de encontrarnos en el seno del más refinado sibaritismo. Los grandes sufrimientos del viaje habían pasado.

¡Bien puedes decirlo! repuso Reynoso con franca sonrisa . El cielo me destinaba para pobre. No me agradan los alimentos de los ricos, no me agradan los colchones de pluma, no me agradan los muebles suntuosos. Una camita blanca sin cortinas, unas sillas de rejilla, una mesa de pino, y leche y judías a pasto... ¡he aquí mi felicidad!

Las condiciones del duelo se redujeron a que, una vez el sable en la mano, cada uno de los dos combatientes hiciese lo que Dios le diera a entender. Se cerró la puerta de la sala. Las mesas y las sillas se apartaron en un rincón para despejar el terreno. Las luces se colocaron de un modo conveniente.