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La mujer lanzó una mirada ansiosa á aquella puerta. Montiño atravesó otra habitación, abrió otra puerta y se encerró en un pequeñísimo aposento, en el cual había un fuerte arcón, una mesa y algunas sillas. Pero todo tan empolvado, que á primera vista se notaba que no se había limpiado allí en mucho tiempo.

La Avenida de Mayo abrió ante ellos su larga perspectiva: dos filas de altos edificios y dos líneas de aceras orladas de árboles, con grandes escaparates y numerosos cafés y hoteles, que esparcían fuera de sus puertas mesas y sillas.

Hermosos castaños formaban en un ángulo una especie de bosquecillo provisto de rústicas sillas. A ese bosquecillo solía venir Beatriz algunos mediodías a leer a sus anchas, cuando la baronesa la dejaba respirar. El pintor llamó a su hija que ocupaba una habitación contigua a la suya.

Como no había más que dos sillas, Rafaela tuvo que sentarse en el baúl y el grande hombre no comprendido quedose en pie; mas luego tomó una cesta vacía que allí estaba, la puso boca abajo y acomodó su respetable persona en ella. ix

La «polonesa», saliendo del paseo al aire libre, se introducía en los salones, serpenteando entre mesas y sillas hasta desembocar en el paseo de la banda opuesta, donde los instrumentos recobraban su primitiva sonoridad. Otras veces la música se perdía gradualmente, como si la absorbiesen las entrañas del buque, y el desfile iba descendiendo por las amplias escaleras a los pisos inferiores.

Tan pronto como ellos desaparecieron, Narcisa empezó a trastear con bruscos ademanes; quitaba y ponía sillas de un lado a otro, empujaba a puntapiés el equipaje de su hermano, y silbaba unas amargas murmuraciones. Ya tenemos en casa el viril; ya está aquí el oráculo; se completó la sección de estorbos.... Entre chiquillas de la calle y señoritos guapos vamos a estar divertidos....

Al otro lado del cuarto estaban las tres sillas. La niña quería descansar antes de ir a casa. Primero probó la silla grande; pero era muy alta. Después 45 probó la silla mediana; pero era muy ancha. Por último probó la silla pequeña; pero al sentarse en ella la hizo pedazos. Luego vio las camas en la alcoba, y quería dormir la siesta antes de ir a casa.

Había hermoseado su tienda con lujo asiático: magníficas sillas pintadas de verde esmeralda; clavos romanos, tamaños como platos soperos, para colgar las toallas de tela de un dedo de grueso, grabados que representaban un Telémaco muy largo, un Mentor muy barbudo y una Calipso muy descarnada; tales eran los adornos que rivalizaban en dar esplendor al establecimiento.

¿Dónde has estado? dijo doña Clara. Casa del duque de Lerma. ¡Oh! dijo doña Clara con toda la fe de su alma , no podía ser otra cosa; me habían engañado horriblemente. Quevedo dejó á los dos esposos en libertad de explicarse, y con uno de los vecinos de la casa envió á pedir dos sillas de manos.

El salón estaba ya mediado de señoras. Levanté un portier cautelosamente, y vi sentadas en las primeras filas a las de Anguita. Isabel y las de Enríquez estaban un poco más allá. Dejé que se llenase por completo, para que mi aparición hiciese más efecto. Poco a poco, los concurrentes habían ido desapareciendo de los corredores y acomodándose en las sillas del salón, detrás de las señoras.