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Pero ese mismo beso no me gustó; a no me habría besado de otra manera. , pero ni siquiera lo ha hecho agregué para mis adentros. Después permanecieron nuevamente inmóviles y silenciosos. Mi corazón latía con tanta violencia, que tuve que apretarme el pecho con las dos manos. Al fin, Marta le dijo: ¿No quieres sentarte, Roberto?

Habíanse apagado las luces del combés para evitar que algún curioso pudiese ver la ceremonia desde las cubiertas del castillo central. Estaban en la obscuridad, silenciosos, encogidos, lo mismo que si preparasen un crimen. Eran fantasmas negros en torno de un cajón blanco inclinado hacia el mar. No teman más luz que la de las estrellas.

El confesonario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos. El Magistral dio otra absolución y llamó con la mano a otra beata.... La capilla se iba quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron saliendo silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre la tarima del altar, y el Provisor dentro del confesonario. Ya era tarde.

El comisario hubo de conformarse con estas justificaciones; el dueño del boliche las aceptó igualmente, creyendo que era mejor tenerlo por amigo que por adversario, y allí estaba Manos Duras contemplando con una atención algo burlona los preparativos de la fiesta. Los otros gauchos, igualmente silenciosos, parecían reir interiormente de tales labores.

Feli, al contemplar a Isidro, mostraba también en sus ojos cierta extrañeza, como si le encontrase cambiado. Había transcurrido muy poco tiempo, y sin embargo, creían verse después de larguísima ausencia. Permanecieron silenciosos mucho rato, mirándose, pero sin atreverse a despegar los labios. Al fin, habló ella, por el impulso maternal. ¿Y su hijo?... Maltrana fingiose enterado.

Y todavía, mi general, en mi país, cuando a propósito de Macao, se habla del Imperio Celeste, los patriotas se pasan los dedos por las greñas y dicen negligentemente: «Mandamos allá cincuenta hombres y barremos la China». Después de citar esta sandez, quedamos silenciosos. El general, tosiendo formidablemente, murmuró luego, con condescendencia: ¡Portugal es un bello país!

Hullin, Jerónimo, el anciano Materne y el doctor Lorquin se habían sentado alrededor de la labradora para morir juntos. Todos permanecían silenciosos, y los últimos rayos del crepúsculo iluminaban el grupo sombrío. A la derecha, detrás de una prominencia de la peña, se veían brillar, en el fondo del abismo, algunas hogueras de los alemanes.

»Para ellos claustros lóbregos y silenciosos, para nosotros las cristalinas fuentes y verdes arrayanes de los jardines; para ellos la vida triste y recelosa del castillo, llena de privaciones; para nosotros la existencia risueña y tranquila de la academia; para ellos la intolerante y suspicaz tiranía; para nosotros la monarquía clemente y paternal; para ellos la ignorancia popular; para nosotros la instruccion, pública y gratuita; para ellos los yermos, el celibato, el sacrificio, el martirio voluntario; para nosotros los campos fértiles, el amor, la fraternidad, la bienandanza, las comodidades y deleites; para ellos los penosos preceptos de la Iglesia, las enconadas disputas de los concilios; para nosotros los fáciles mandatos de la Sunnah y los entretenidos certámenes de los sabios y poetas.

Quedaron silenciosos largo rato, con las manos cogidas, mirando al obscuro y rumoroso jardín. Arriba continuaba la lamentación del genio ante la vida que se extingue. Sagrario se apoyaba en Gabriel, como si le faltasen las fuerzas y, medrosa ante la felicidad, quisiera refugiarse dentro de él.

Así que sus pensamientos se hubieron alejado del texto sagrado que se esforzaba en seguir religiosamente con la mirada y con los labios silenciosos, fue para agrandar el sistema de defensa establecido por ella contra la censura que las palabras de Priscila implicaban.