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El cumintán es una mezcla de todos los acordes tristes y melancólicos que se conocen en el pentágrama. El cumintán es una balada compuesta de suspiros. Sus notas son otros tantos ayes arrancados en el silencio de la noche, de la mujer que ama, del corazón que espera, del proscripto que tras la azulada bóveda busca cual otro rey del Oriente la estrella que marca el derrotero de su patria.

Así, es vivísimo el contraste que hacen con aquel silencio sublime los silbidos prolongados y agudos de la válvula del vapor, al acercarse a algun puerto, los ecos de la música, producidos por una pequeña banda de aficionados, y las conversaciones á bordo entre gentes de todos los países y de diversas condiciones, explicando sus impresiones simultáneamente en las lenguas de Cervantes y Voltaire, de Milton y Goethe, de Dante y Camoens, en medio de aquel paisaje que tiene todo el sello de una originalidad, solemnidad y rusticidad eminentemente poéticas....

El juez de los mozárabes que servia de intérprete á Ordoño, cuando Al-hakem rompió el silencio dando al destronado la bien venida, espuso en términos comedidos y con reiteradas protestas de sumision y obediencia, el objeto de la venida del príncipe cristiano: solicitó para él y su pueblo la poderosa proteccion del califa, obligándose á reconocerle siempre como su señor feudal si le ayudaba á recuperar el trono, y finalmente para encarecer lo mucho que confiaba en su poder y justicia, rogóle que constituido en árbitro de las diferencias de entrambos primos, decidiese á cuál de los dos correspondia en buena ley la corona.

Oye, y no te burles dijo ella rompiendo el silencio . Quería pedirte que cuando estés allá y te acuerdes un poco de contemples a esta misma hora esa estrella. Lo pensé anoche... lo he pensado todas estas noches. la mirarás acordándote de , y yo la miraré al mismo tiempo.

D. Félix hizo un gesto perentorio para imponer silencio y empezó á dar paseos por la plazoleta con la violencia de fiera enjaulada. De vez en cuando salían de su boca temerosas interjecciones y de su nariz resoplidos más temerosos aún. Regalado, los criados y algunos vecinos que por allí cruzaban le contemplaban con asombro y respeto. De vez en cuando dirigían miradas de odio al insolente que le había puesto en tal estado, al mísero D. Casiano.

Hecho esto, con grandísimo silencio se entraron adonde él estaba durmiendo y descansando de las pasadas refriegas.

Los días siguientes sintió la necesidad de exhibirse, de hablar con los amigos en los cafés populares y en los clubs de la calle de las Sierpes. Creía que al imponer con su presencia un cortés silencio a los maldicientes evitaba los comentarios sobre su fracaso.

Y el vasto movimiento de las aguas, que continuaba a través de la noche y ya no se revelaba más que por sus rumores, nos sumía en un silencio del cual para cada uno de nosotros brotaba un número incalculable de ensueños.

Después de media hora de silencio, notando que la tranquilidad de la casa era completa, saltó de la cama, descalza, para no hacer ruido; tomó la bujía encendida que alumbraba apenas la habitación y acercándose con ella a la cuna de la niña, notó que ésta dormía tranquilamente; dejó la luz como tenía de costumbre, y abriendo suavemente la puerta del aposento que daba sobre el corredor, y cuya cerradura había tenido cuidado de enaceitar para que no hiciese ruido, salió en puntas de pie llevando en una mano un par de botines de raso y suspendiendo en la otra nada menos que el dominó con que Blanca había asistido disfrazada la primer noche de carnaval al baile del Club del Progreso.

¡Pobre muchacha! ¡Eso nada significa! contestó la escéptica Catalina. No puede una nunca decir nada de estos hombres... ¡Son tan falsos! Además, yo siempre tengo tan mala fortuna. ¡Pues... Catalina! comenzó Carolina. ¡Silencio! La señora va a decir algo dijo Catalina, con una sonrisa. Las educandas harán el favor de prestar atención dijo pausadamente una voz indolente.