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Aquí la mujer hizo un gesto da reserva. También es un gran patriota... Pero no hablemos de él. Había en sus palabras respeto y miedo. Se adivinaba su voluntad de no ocuparse de este altivo personaje. Un largo silencio. Freya, como si temiese los efectos de la meditación del capitán, la cortó de pronto con su charla apasionada.

Paz dejó trascurrir unos minutos, y en seguida entró también a la estancia inmediata. Pepe, sin vacilar, se acercó a ella y, en voz baja, con acento de sinceridad, la dijo: Señorita, esta vez no me ha traído la casualidad, sino la astucia; pero, si mi presencia la enoja, no volveré jamás a verla a Vd. No necesita Vd. decir una sola palabra: me bastará su silencio... No nos volveremos a ver nunca.

Una tarde de Diciembre, Lafontaine y su esposa paseaban por el bosque, y la color gris del cielo nuboso y el crujir de las hojas caídas y el silencio de las fuentes heladas debían tener para ellos elocuencia muy triste. De pronto, un árbol se desplomó sobre la anciana, aplastándola. Lafontaine lanzó un grito, su mejor grito tal vez, y perdió el conocimiento. Su corazón estalló.

Dejemos pasar un largo y correcto discurso de M. Doncet, que el anciano lee en voz tan baja, que es penoso alcanzarla. Un gran movimiento se hace, el silencio se restablece y una voz fuerte, ligeramente áspera, empieza así: «Hay un día en el año, señores, en que la virtud es recompensada». Es M. Renán quien habla. Un vago enjambre de recuerdos vienen a mi memoria y agitan mi corazón.

Por un instante sus labios se agitaron; parecía querer hablar, pero las palabras se paralizaron en su garganta en un rumor sordo. ¡Qué terrible silencio reinaba en derredor nuestro!

No, no debían de haber pasado; apenas había tiempo; ahora, ahora es cuando deben de estar cerca...». «Así como así, la brisa que ya empieza a soplar, me quitará este calor, este aturdimiento, esta sed...». El agua de las fuentes monumentales murmuraba a lo lejos con melancólica monotonía en medio del silencio en que yacía el paseo triste, solitario.

Te vi un punto; era una noche de julio, noche tibia y perfumada, noche diáfana, de la Luna plena y límpida, límpida como tu alma, descendían sobre el parque adormecido gráciles velos de plata; ni una ráfaga el infinito silencio y la quietud perturbaban; en el parque evaporaban las rosas los perfumes de sus almas, para que los recogieras en aquella noche mágica; para que lo aspiraras su último aliento exhalaban, como en una muerte extática; y era una selva encantada, y era una noche de ensueños y claridades fantásticas!

Aragón sólo espera nuestra señal para arrojarse; Sevilla bulle y se revuelve, Valladolid, Madrid y Toledo vendrán a la zaga, apenas nosotros marchemos. Un coro ardoroso de aprobación respondió a la arenga de Bracamonte. Luego, en medio del silencio que sobrevino, una sola voz resonó, adusta, inconfundible. Que no se diga que la vejez, enflaqueciendo mis fuerzas, ha destemplado mi corazón.

Lo que le había desvelado era el misterio del silencio, más amenazador e inquietante que las vociferaciones de la hostilidad. Avanzando la cabeza, creyó percibir entre los rumores confusos y fundidos de la respiración nocturna un roce, un leve crujir de madera, algo semejante al ligero peso de un gato trepando de peldaño en peldaño por la escala de la torre, con largas pausas de inmovilidad.

»Hecho ya esto, quedándose en guardia dellos la mitad de los nuestros, los que quedábamos, haciéndonos asimismo el renegado la guía, fuimos al jardín de Agi Morato, y quiso la buena suerte que, llegando a abrir la puerta, se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera; y así, con gran quietud y silencio, llegamos a la casa sin ser sentidos de nadie.