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Dormitaba él un poco, y después, asombrado del silencio y largo sopor de Lucía, levantábase, receloso de que la hubiese sobrecogido un síncope. Iba a ella, inclinándose, y otra vez tornaba a su rincón, habiendo percibido el ritmo acompasado del pacífico respirar de la niña. Difusa y pálida claridad comenzaba a tenderse sobre el paisaje.

Parecióme al recorrerle de un extremo á otro, las diferentes veces que le crucé, que solo me paseaba por en medio de ruinas y escombros: su rica historia de conquistas y aventuras hablábame con el silencio y la soledad.

Saludó Rafael a su madre y a don Andrés, que aún quedaban a la mesa saboreando el café, y salió del comedor. Al verse en la ancha escalera de mármol rojo, envuelto en el silencio de aquel caserón vetusto y señorial, experimentó el bienestar voluptuoso del que entra en un baño tras un penoso viaje.

Federico Bullen avanzó un paso, titubeó y miró por encima del hombro la desierta sala. Reinaba el silencio más profundo. Con súbita resolución se inclinó sobre el dormido muchacho, separando con ambas manos sus grandes bigotes.

Pero la joven reflexionando, se limpia ceremoniosamente en el delantal las sucias manos de tierra y las tiende a través del cercado. ¡Bien venido sea usted, cuñado! El coge las manos que le ofrecen, pero guarda silencio. ¿Está usted acaso incomodado conmigo? pregunta ella lanzándole una mirada maliciosa.

; mírala; es una excelente conocedora de la música de Rossini. ¿Oíste qué bien cantó aquel adagio? Pues es la viuda de Nino, ya expira; a imitación del cisne, canta y muere. Al llegar aquí estábamos ya en el baile de máscaras; sentí un golpe ligero en una de mis mejillas. ¡Asmodeo! grité. Profunda obscuridad; silencio de nuevo en torno mío.

La veis ahí tranquila, casi sonriente; pero ¿sabéis cuántas lágrimas amargas han vertido esos ojos en el silencio de la noche, cuántas flechas agudas de remordimientos de conciencia se han clavado en ese corazón de mártir? ¿Acaso no querría ella ir a la iglesia, como las mujeres honradas, y confesarse con el sacerdote, vestida con un traje blanco, símbolo de pureza, y no como mujer menospreciada y desdeñada?

Roberto Vérod guardaba silencio, inclinada sobre el pecho la cabeza. Pero volvamos a lo que urge por el momento; ¿no me ha dicho usted que la vio la víspera de su muerte? , por la tarde. ¿En su casa? . ¿Qué le dijo usted?... ¿La habló usted de su amor? Viendo que Vérod vacilaba en contestar, el magistrado insistió: Es necesario, repito, que usted sea sincero.

¡Oh! ¡cuánto os amo! dijo el duque con un acento salido del corazón ; yo sabía que érais hermosa y pura; pero no sabía que érais una santa... ¡y un año mortal sin veros!... y á fe á fe que me parecéis más hermosa. La duquesa se vió obligada á imponer silencio al duque, pero no sospechó que él fuese el encubierto de la reja; nunca lo sospechó.

Ya usted ve que necesito todo mi tiempo concluyó diciendo, si he de terminarlo para la época de la exposición, y un local a propósito. Miguel no respondió. Se apartaron en silencio. Al día siguiente le condujo de paseo al barrio del Pacífico. Al pasar por delante de unos almacenes sacó una llave, abrió una puerta y empujándole dijo: Ahí tienes taller. El tiempo también es tuyo. ¡A trabajar!