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Ya bastante crecido, todavía iba ella a acostarle por las noches, rezando con él un sinfín de oraciones inocentes, y esperando sentada, con los brazos cruzados, a que se durmiese, para salir de la alcoba sobre la punta de los pies. Al llegar a la pubertad no tuvo más remedio que pensar en la carrera de su hijo, porque el difunto marqués dejó prevenido que la siguiese.

Tengo algun antecedente de que mis concurrentes, porque no hallan rio llamado literalmente Igurey, quieren por lindero la Sierra de Maracayú, y no el rio Igatimí. En realidad, aunque es injusta esta pretension infundada, me parece que seria conveniente admitirla con tal que conviniesen en que la raya siguiese por la de San José hasta el rio Paraguay donde

Algunos seguían su camino á lo largo de los rieles, pensando que la suerte les sería más propicia en otro lugar. Don Marcelo anduvo toda la mañana. La cinta blanca y rectilínea del camino estaba moteada de grupos que venían hacia él, semejantes en lontananza á un rosario de hormigas. No vió un solo caminante que siguiese su misma dirección.

Su madre quiso que siguiese viviendo en la casa de huéspedes: un sabio como él no podía estar en un casuchón de las afueras, entre albañiles, obreros de la villa y vagabundos. ¡Qué dirían sus amigos!... La pobre mujer, al sobrevenir el derrumbamiento de sus ilusiones con la muerte de la protectora, se aferraba más tenaz que antes a la gloria de su hijo, al deseo de que éste saliese para siempre del círculo de miseria en que había nacido.

Hice un ademán para que no siguiese adelante, levantando los hombros y alargando la mano hacia él. Usted no me conocía dije gravemente. Eso es, no le conocía a usted. Yo quisiera enmendar mi falta. Basta que me lo recomiende mi amigo don Cosme para que yo le sirva en cuanto pueda.

Pero esto no evitó que la murmuración siguiese haciendo su camino, y los noveleros empezaron á afirmar que la misteriosa enfermedad del poeta era igual á la del Padre de los Maestros, teniendo ambas el mismo origen.

Toda persona de rectitud y caballerosidad, atenta al buen servicio de la religión y del rey continuó no puede menos de encontrar premio a su trabajo. Yo sentí mucho que mi hijo no siguiese en el ejército algún tiempo más...

Y, sobre todo esto, tenía diez y seis años; ¡amaba, y creía que era amada!... ¿Qué otras razones necesitaba para estar hermosa? No era, pues, extraño que obtuviera un éxito completo y que la siguiese un inmenso gentío hasta que regresó al carruaje.

Nada se atrevió a preguntarle; pero al día siguiente, que era domingo, esperó muy de mañana a la criada vieja de doña Carmen, y acercándose a ella cuando salía de la iglesia le rogó que le siguiese hasta su despacho del balneario, donde, primero con astucias y luego con ofertas trató de averiguar lo que tanto deseaba saber.

La lógica llana y vulgar del viejo había desvanecido su ensueño. Aquel hombre, había sido el Sancho rústico y malicioso que aconsejaba a su quijotesco padre, y ahora seguía su misión cerca del hijo. Recordaba de un golpe toda la historia de Leonora, las francas confidencias de su época de pura amistad, cuando se lo contaba todo para impedir que la siguiese deseando.