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Su aire de modestia, su encogimiento, que era el mejor signo de la conciencia de su inferioridad, hacíanla en aquel instante verdadero tipo de mujer del pueblo, que por incidencia se encuentra mano a mano con las personas de clase superior.

Además, no será larga añadió Fabrice , porque, si no me engaño, todo lo sabes... Tus nervios te han denunciado... ¿Has oído, no es cierto, mi conversación con Pierrepont en el taller? Hizo ella un signo afirmativo.

Era la cruz que D. Acisclo, cuando mozo, había llevado al hombro en las procesiones durante muchos años, porque había sido y era aún hermano de cruz, aunque jubilado, y aún se vestía de nazareno, para ir en la procesión como hermano mayor delante de la Cena, con una túnica de rica seda morada que había costado un dineral; pero entonces no llevaba la cruz, sino una pértiga reluciente, signo de autoridad y mando.

Con tal signo algunas viviendas acusaban arreglo y limpieza, otras desorden o escasez, y los trozos de estera de alfombra que asomaban por bajo de las puertas también nos decían algo de la especial aposentación de cada interior.

No había por qué interrumpir su vida ordinaria y además no quería que al saberse su muerte se dijera de él que se había suicidado a impulsos de la desesperación, en un rapto de locura. Lejos de eso tenía empeño en que todo el mundo considerase su acto bien premeditado, como prueba de valor y no como signo de cobardía.

Era el beso-suspiro de la germánica sentimental paseando entre los tilos, a la caída de la tarde, apoyada en el brazo de un estudiante y con un ramo de florecillas azules sobre el pecho; un beso de abajo a arriba, caricia suplicante de hembra dulzona en la que el amor se presenta acompañado de la humildad y que antes de besar desploma su cabeza como signo de servidumbre en el hombro de su dueño.

Es este precioso signo del comercio más grato a la codicia de los hombres que lo fue el maná al paladar de los israelitas, porque al fin éstos se cansaron de él, y el dinero a nadie ha cansado hasta ahora.

; llegará un dia, que acaso en el reloj del tiempo suena, en que la fuerte mano del hombre llegue en á posarse ardiente, y entónces, á su impulso soberano, una existencia en quizás aliente. Entónces, ya con vida, tal vez tu masa para el mundo sea muro de una prision aborrecida, humilde signo de potente idea.

Y acometido a su vez del fuego de la inspiración, halló en las profundidades de su espíritu un rasgo feliz que a él mismo le dejó sorprendido. Basta que haya pocas personas si éstas nos agradan. La vecina hizo un signo de aquiescencia bajando modestamente los hermosos ojos.

Este hombre esquelético admiraba con un entusiasmo concentrado, casi religioso, la desbordante exuberancia femenina como signo de salud, buen honor y virtudes domésticas... Pero Montaner, que se consideraba humillado por el silencio en que le dejaban sus compañeros, interrumpió a Manzanares.