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14 Y clamaba fuertemente y decía así: Cortad el árbol, y desmochad sus ramas, derribad su copa, y derramad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus ramas. 16 Su corazón sea mudado de corazón de hombre, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. 18 Yo el rey Nabucodonosor vi este sueño.

A la segunda jornada se atolláron en pantanos dos carneros, y pereciéron con la carga que llevaban; otros dos se muriéron de cansancio algunos dias despues; luego pereciéron de hambre de siete á ocho en un desierto; de allí á algunos dias se cayéron otros en unas simas: por fin á los cien dias de viage no les quedáron mas que dos carneros.

No hay tal media legua de altura, lo que no permitiría la formación del río inferior por la evaporación completa de las aguas. No hay tal ruido que se perciba desde siete leguas, porque, en ese caso, la proximidad inmediata del Salto haría estallar todo tímpano humano.

¿Es de estas flores de donde se saca el clavo? preguntó Hans. El clavo consiste precisamente en sus pétalos le respondió el Capitán ; pero no se recogen las flores hasta que se caen naturalmente. Después se las deja secar al sol hasta que toman un color casi negro. Un solo árbol de éstos da una buena renta; pues produce durante muchos años; desde los siete hasta los ciento veinte.

El acaso te acercó a Magdalena y él también te hizo nacer seis o siete años demasiado tarde; esto, que para ti representa una desgracia, quizás es también un accidente lamentable para ella. Si otro ha llegado y casádose con ella, no ha hecho más que tomar lo que a nadie pertenecía; por eso, que tienes muy buen sentido, a pesar de poseer un gran corazón, nunca has protestado.

Padre, Hijo y Espíritu Santo, son tres; tres personas distintas, son otros tres, y van seis; y un solo Dios verdadero, siete cabales.» «Palurdo le contestó el padre , ¿no sabes que las tres Personas no hacen más que un Dios?» «¡Uno no más! dijo el penitente . ¡Ay Jesús! ¡Y qué reducida se ha quedado la familia

Su amor había adquirido la majestuosa importancia del hecho consumado, y fué á refugiarse de cinco á siete en un quinto piso de la rue de la Pompe, donde tenía Julio su estudio de pintor.

Y a renglón seguido, sin transición ninguna, Currita se enterneció profundamente al pensar en el gozo inmenso que la esperaba en Roma, besando la sandalia del Santísimo Padre Pío IX... ¡Qué figura tan gigantesca la del Pontífice! ¡Qué anciano aquel tan venerable!... Y todas las señoras comenzaron a ponderar su adhesión al santo Pío IX, prontas a sacrificarle vida, hacienda, todo, todo menos el alma, por tenerla ya de antiguo comprometida con el diablo... Carmen Tagle dijo que le había mirado siempre como si fuese su abuelo; la señora de López Moreno añadió muy conmovida que ella le enviaba todos los años una pipa de doce arrobas del riquísimo moscatel de sus soleras jerezanas, y la duquesa, verdaderamente indignada, trajo a la memoria los atropellos a que cinco días antes se habían entregado las turbas, apedreando los faroles de la iluminación con que celebraban los católicos el aniversario del Pontificado del augusto anciano; sólo en el palacio de Medinaceli rompieron veintidós faroles y treinta y siete cristales... ¡Y mientras tanto, los ministros y las autoridades se solazaban en un concierto instrumental celebrado en Palacio!... ¡Qué Gobierno aquel, y qué populacho tan impío y tan asqueroso!... Siquiera ellas veneraban la persona del Pontífice encendiendo faroles en honra suya, y limitábanse tan sólo a apedrear a todas horas la moral divina del Dios a quien aquel representaba.

El primero era D. Miguel, cura de la parroquia, anciano excelente aunque de cortísimos alcances, con quien se confesaba todos los meses, a quien daba sus ahorrillos para que los repartiese en limosnas a los necesitados, y con quien a menudo jugaba al tute. El corazón y la mente de doña Luz eran para el pobre cura el libro de los siete sellos.

Y en el mismo pajonal, sitiado siete días por el bosque, el río y la lluvia, el mensú agotó las raíces y gusanos posible; perdió poco a poco sus fuerzas, hasta quedar sentado, muriéndose de frío y hambre, con los ojos fijos en el Paraná. El Silex, que pasó por allí al atardecer, recogió al mensú ya casi moribundo.