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Tragomer no se había equivocado; es ella... Pero se conoce en su cara la huella de los remordimientos. Á despecho de su belleza, siempre brillante, esa mujer sufre, estoy seguro. No qué vértigo la arrebató en el momento de cometer la acción atroz de que yo he sido responsable, pero estoy cierto de que la deplora y acaso esté dispuesta á repararla.

Se había recurrido a la pistola... y tampoco parecían pistolas a propósito. «Yo creo añadía Joaquinito, y Paco cree lo mismo, que esto es inverosímil y que Frígilis quiere dar largas al asunto a ver si convence a Mesía y lo hace marcharse de Vetusta». ¡Qué indignidad! gritó Foja. Pues ésa había sido la primera solución. Mesía se lo contó ce por be a Paco. Bueno, ¿y qué más?

Estos desgraciados principios alteraron y previnieron generalmente los ánimos de modo, que nada ha sido mas odioso que los establecimientos patagónicos, y todos no han conspirado á otro fin que á destruirlos.

Pero aquí, rodeada de hombres que la admiraban, y en un ambiente primitivo que la hacía resaltar como si fuese de esencia superior, había ejercido sin quererlo una influencia tan nefasta como la del demonio cobrizo temido en otros tiempos por los jinetes errantes de la Pampa. Ella misma había sido víctima de este ambiente de soledad al enamorarse de Watson.

No ha visto usted nada... Tienes razón... no he visto... pero he comprendido y ya ves... nunca te hablé de estas... porquerías, pero ahora parece que te complaces en que te vean... tomas por el peor camino.... Madre... usted lo ha dicho, es absurdo, es indecoroso que usted y yo hablemos, aunque sea en cifra, de ciertas cosas.... Ya lo veo, Fermo, pero lo quieres. Lo de hoy ha sido un escándalo.

El comandante, siempre bondadoso y servicial; Rosa, siempre cuidadosa, atenta y desinteresada; porque don Modesto no se hallaba en el caso de remunerar pecuniariamente sus servicios, puesto que si la empuñadura de su espada de gala no hubiera sido de plata, bien podría haber olvidado de qué color era aquel metal. Capítulo VII

Nuestros poetas líricos, tan buenos, en lo que va de siglo, como los de cualquiera otro país, son desconocidos en los países extranjeros. Algunas de nuestras novelas, aunque pocas, han sido traducidas en varias lenguas. Y algo de nuestro teatro moderno ha sido traducido y aplaudido también, sobre todo en Alemania y en Inglaterra.

He sido engañado de la manera más cruel y más infame... haciéndoseme el motivo de la burla y de la risa de toda la sociedad, por quien calculaba que yo valía en plata más de lo que puedo tener... y no una vez. ¡Olvídese, don Ricardo!...

Un hombre solo podía acercarse sin ser visto; con dos el riesgo hubiera sido mucho mayor, y cuando me dijo que mi vida era demasiado preciosa para arriesgarla solo, le mandé guardar silencio, asegurándole que si el Rey no escapase con vida aquella noche tampoco viviría yo.

Primero fueron regidos por la espada, después por la fe, y ahora por la ciencia. Nosotros hemos sido gobernados por guerreros y sacerdotes, pero nos detuvimos en el pórtico de la vida moderna, sin fuerza ni deseo para tomar la mano de la ciencia, que era la única que podía guiarnos. De aquí nuestra situación triste.