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Pero D.ª Teodora, con sus grandes ojos serenos, le clavó una mirada tan afectuosa que las facciones del caballero, contraídas por la pesadumbre, se fueron dilatando gradualmente, y una plácida sonrisa melancólica concluyó por esfumarse en sus labios. La frente de D. Peregrín, en cambio, quedó surcada instantáneamente por una porción de arrugas.

No obstante, sus grandes ojos negros, serenos y límpidos, que, como hemos dicho, ofrecían cierta singular inmovilidad semejante a la de los que padecen de gota serena, adquirían un movimiento tan sosegado y tan dulce que una de las señoritas de Ciudad, la misma que la había presentado al ingeniero Suárez, no pudo menos de exclamar la noche anterior: ¿No repara usted qué mirada tan suave tiene Martita?

Las estrellas desde el cielo nos hacían guiños, como si nos invitasen a gozar apresuradamente de aquellos momentos felices, que no habían de volver. A lo lejos sólo se veían, como fuegos fatuos, los faroles de los serenos. Llegamos por fin a casa.

En una verdadera orgía respondió Stein , tan licenciosa como grosera, en que el vino y el tabaco servían de perfume y en que el torero Pepe Vera se jactaba de ser su amante. ¡Ah María, María! prosiguió, cubriéndose el rostro con las manos. El duque, que como todos los hombres serenos tenía un gran imperio sobre mismo, dio algunas vueltas por el aposento.

Su adolescencia y los días que llevaba de juventud se habían deslizado serenos en el seno del hogar, estudiando y coleccionando mariposas. Conocía la vida por los libros.

Las comadres, al sentirla de lejos, trancaban las puertas; los chicos soñaban con ella, y los mismos serenos, que han sido aquí siempre hombres muy templados, al atisbarla en lontananza, hacían como que no habían visto nada y se iban por otra calle opuesta.

¿Te ries? La risa ten, hasta que oigas los informes que mis ideas te den; verás, si lo piensas bien, que al cabo estamos conformes. Primavera es la ventura, triste invierno es el dolor sin brisas y sin ventura; pero en medio de ese horror, tiene tambien su hermosura. Que si aquella tiene flores y calor, vida y amores y crepúsculos serenos de santo misterio llenos y aromas, luz y colores,

Estos árboles, este césped, estas flores, este sol tienen la culpa... Pero sobre todo son tus ojos, Clara, son tus ojos tan brillantes, tan nobles, tan serenos los que me arrancan de las tristezas de la tierra para trasportarme al cielo. ¿Estás contento de ser mío dentro de poco? preguntó ella inclinando suavemente su cabeza. Tanto, que el tiempo que falta quisiera pasarlo dormido.

Fermín le encontraba casi igual que la última vez que le vio, antes de marchar él a Londres para perfeccionar sus estudios de inglés. Era el don Fernando que había conocido en su adolescencia; igual voz paternal y suave, la misma sonrisa bondadosa; los ojos claros y serenos, lacrimosos por la debilidad, brillando tras unas gafas ligeramente azuladas.

Dios, si me muero, y el pensamiento vive más allá de la muerte, estaré viendo toda la eternidad esta carita graciosa, con su expresión celestial, estos ojos serenos y risueños, esta cabellera oscura con ráfagas blancas que le hacen tanta gracia... esta boca, que no habla sin que me duela el alma. ¡Pobre ángel!, su única pasión es la maternidad, sed no satisfecha, desconsuelo inmenso.