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Pepa se la alargaba ya a toda prisa, y el juez, cambiando de tono y pasando de la más furiosa ronquera a la más meliflua dulzura, empujó la puerta y dijo a Nucha: Por aquí, señora mía, por aquí..., tenga usted la bondad.... La sala estaba completamente a oscuras. Nucha tropezó con una mesa, a tiempo que el juez repetía: Tenga usted la bondad de sentarse, señora mía.... Usted dispense....

TERPSY. Yo, hija mía, le digo a usted la verdad... Usted no sabe sentarse ni levantarse; usted no sabe acostarse... ¡Usted no sabe andar...! ¡Usted no sabe inclinarse...! Procure usted designar un objeto; este jarrón... Y diga: «¡He aquí un jarrón...!»

Doña Manolita era la única persona a quien doña Luz tuteaba en Villafría. Aún no se confiaba en ella con total abandono, porque doña Luz era muy reservada; pero de día en día iba ganando más doña Manolita en su corazón. Juntas salían a pie de paseo, juntas iban a la iglesia, y juntas tenían costumbre de sentarse en las tertulias.

Si se había marchado, quería ver siquiera aquella casa en que ella respiró y sentarse en la misma tajuela y hablar con los que siempre había tenido por padres. Comió apresuradamente y salió con disimulo sin decir una palabra. Bajó á Villoria.

Y sacerdotes de todos hábitos y reglas llegaron hasta su lecho, apartando al sentarse una guitarra o una enagua olvidada; hablándole del cielo, en el que, seguramente, le guardaban un sitio de preferencia por los méritos de sus mayores.

No importa; después de aquello le tomaron más gusto á su tierra, y descendían de su montaña todos los domingos para sentarse al pie de la pared. A fuerza de medir la punta, acabaron por descubrir un error del arquitecto, aturdido por las prisas de la princesa. Se había equivocado en cincuenta centímetros, y la mitad del grosor del muro estaba en tierra de los viejos.

Luego, al ver una casa ó un transeunte que se iba aproximando, reanudaba su conversación. Lo que ella temía era un alto en el camino, sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que bordeaba la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!...

Y como lo dijo lo hizo, Salió en posta de Interlacken aquel mismo día, sin aguardar a sentarse a la mesa; y detrás de él y con el mismo rumbo, una dama solitaria, de gran porte y «cierta traza», que había llegado con el banquero mismo, y comía a su lado, y a su lado habitaba en el hotel; es decir, tabique en medio.

Me voy, te dejo, porque si estoy aquí, te pego, no tengo más remedio que romperte encima el palo de una escoba, y la verdad, si eres poco hombre para ese amor tan sublime, aún lo eres menos para recibir una paliza». Maximiliano la sujetó por el vestido y la obligó a sentarse otra vez. «Óigame usted... tía.

Los múltiples quehaceres de la casa la obligaban a cada momento a interrumpir la conversación y marcharse. Por último se decidió a sentarse en una mecedora, diciendo: De aquí no me levanto ya lo menos en un cuarto de hora... Digo, a no ser que uté quiera quedarse solo...