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Los que ejercen autoridad en los círculos o tertulias de café suelen sentarse en el diván, esto es, de espaldas a la pared, como si presidieran o constituyesen tribunal.

Acogió con una risa infantil la ovación burlesca del público y fue a sentarse en la escalerilla de la piscina como en lo alto de una cátedra. «El deber es el deber parecía decir con las frías miradas en torno suyo . La disciplina es la base de la sociedad; y hay que amoldarse a lo que pidan los más

Melchor las tomó con cierta displicencia, preocupado con el incidente en el Paso, y fue a sentarse en el escritorio, donde se aplicó a la tarea de leerlas mientras Lorenzo hacía lo propio acompañando a Ricardo en la mesa, junto con Baldomero.

Llamó, presentándose una doncella. A la señorita Beatriz, que venga. Aproximóse la baronesa a su tocador, humedeció su frente y mejillas, por la emoción enrojecidas, y volvió a sentarse, con una falsa sonrisa en los labios, cuando Beatriz entró. Señora...

Al proferir el Imam estas últimas palabras, los asistentes dicen: Amen. Al sentarse procura tambien no hacerlo sobre ninguno de los dos piés, sacándolos por el lado derecho, o juntando con el muslo derecho la planta del pié izquierdo.

La contestación decía: «Señorita Clotilde Iraola, Callao, 925. Capital. ¡Te engañas! Es que mi pensamiento se ha quedado en ti, renunciando a existir en otra forma, y soy por eso eternamente tuyo. MelchorCuando Melchor regresó a la mesa, preguntó al sentarse: ¿De qué hablaban? ¡Ahora la curiosidad es tuya! respondiole Ricardo. Es que a me interesa todo lo que ustedes hablen.

Dejó doña Clara la pluma y luego la mesa, y fué á sentarse junto al brasero entre su marido y Quevedo. ¡Vive Dios! exclamó Quevedo , que estoy viendo en vos una experiencia, doña Clara. ¡Una experiencia! ¡ pardiez! los ojos y la razón engañan. Explicáos. ¡Si sois más doncella hoy que ayer! dijo Quevedo mirando de una manera profunda á doña Clara. Púsose la joven vivísimamente encendida.

Tristán y Escudero se detuvieron delante de una taberna, abrieron la puerta e invitaron a los otros a entrar con ellos. Reynoso se dejaba conducir dócilmente. Tristán, que parecía haber estado ya allí algunas veces, hizo ademán de sentarse a una mesa próxima al escaparate. Tenía éste doble cierre de cristales y a su través se veía perfectamente la calle que era estrecha.

Luis, influido por el sitio, pensaba en Goya y en las duquesas graciosas y atrevidas que, vestidas de majas, venían a sentarse bajo aquellos árboles, con sus galanes de capa de grana y sombrero de medio queso. ¡Aquellos eran buenos tiempos! Las toses insistentes y maliciosas de su cochero le avisaron. Una señora bajaba del tranvía y se dirigía al encuentro de Luis.

Judit pasó también aquella vez una mala noche. ¡Le parecía tan extraña la conducta del Conde! Porque, en resumen, bien pudo haber entrado, sentarse y hacerle una visita. Verdad que ella no estaba muy al corriente de las conveniencias sociales; pero se imaginaba que esto hubiera sido mejor que despedirse de una manera tan brusca.